Debía ser hacia 2005 ó 2006. Me invitaron a dar una conferencia en la Universidad de Barcelona, en el marco de unas Jornadas Doctorales. Los doctorandos que acababan su tesis y que tenían una determinada beca, debían asistir a una serie de jornadas donde se les explicaban conceptos de marketing, estrategia empresarial, dirección de operaciones y finanzas. Era como un mini-MBA para jóvenes con un marcado perfil científico o humanista, provenientes de todas las disciplinas (física, matemáticas, ingenierías, humanidades, filosofía, derecho, etc…).
UN MOMENTO DE FRUSTRACION
Se congregaron en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona unos 100 doctorandos. Me acompañaban Màrius Rubiralta (entonces Rector, posteriormente Secretario de Estado de Universidades) y Xavier Testar (a la sazón, Director General de Investigación). Mi misión era hablar de innovación.
Les expliqué cuál era el nivel de competitividad de la industria. Hablé del sector del automóvil, el más competitivo y el más intensivo en tecnología del mundo (y uno de los grandes empleadores en Catalunya). En ese momento (antes de la crisis), los iconos de la industria norteamericana (Ford, General Motors y Chrysler) lideraban las inversiones en I+D a nivel internacional. Cada una de estas empresas destinaba más de 7.000 millones de dólares a desarrollo tecnológico. Una cantidad similar al presupuesto anual del VII Programa Marco Europeo (programa de ayudas continentales). Y, sin embargo, perdían dinero. Estaban inmersas en profundas crisis financieras, desposicionadas y desangrándose en una autodestructiva guerra de precios. No se diferenciaban, pero no podían dejar de invertir en I+D, o caerían definitivamente de la competición internacional.
Les dije también a los alumnos de doctorado que ellos tenían grandes posibilidades: el talento científico se podía convertir en empresas de éxito. Puse como ejemplo Google: un algoritmo de búsqueda eficiente, lanzado oportunamente en el momento de formación del diseño dominante de una nueva industria (buscadores de Internet), desarrollado por dos jóvenes estudiantes de poco más de 20 años (como ellos). Y que se convierte en un fenómeno económico internacional, una historia épica del mundo de la tecnología. Google valía en ese momento 150.000 millones de dólares. ¡¡¡Tanto como el total de ayudas que España había recibido de la Unión Europea desde 1986!!! Y este increíble fenómeno lo crean dos humildes estudiantes de la Universidad de Stanford.
Intenté, con mi discurso, transmitirles que el talento científico se puede convertir en progreso económico y, por ende, en crecimiento y bienestar social. Pero no me entendieron. Cuando acabé, tras unos segundos de silencio tenso, uno de los estudiantes levantó la mano y me dijo “Mire, lo que usted nos ha explicado no nos interesa en absoluto. Nos ha hablado de mercantilismo. Somos la élite intelectual del país. Nos interesan otras cosas: el conocimiento por el conocimiento, o los valores, como la democracia o la sostenibilidad”. Y el resto de estudiantes… ¡rompieron a aplaudir fervorosamente!
Me quedé atónito. No entendían nada. No entendían que la empresa es un formidable mecanismo de generación de valor económico y social. No entendían que los valores personales y la ética no están reñidos con la competitividad en el mundo de la economía, como no lo están en el mundo del deporte.
La gran crisis que estaba en ciernes era, en el fondo, una profunda crisis de ideas fundamentales. Una astronómica confusión cultural que eclosionaría dramáticamente poco después, especialmente en los países del Sur de Europa, y de la cual tardaremos una generación en recuperarnos.
También se puede considerar que el objetivo de generar valor económico y social, tal como lo persiguen la mayoría de empresas al estar inmersas en un mercado básicamente competitivo, es contraproducente a la larga.
Estoy pensando en la imperiosa necesidad de crecimiento de que adolece el sistema y su muy probable influencia sobre un cambio climático de consecuencias económicas y sociales catastróficas, no sé si a la larga o a la corta (en eso todavía no hay consenso científico).
La innovación es absolutamente necesaria para ser competitivos, para que la empresa sea competitiva, de eso no hay duda. De hecho la propia característica evolutiva de la biología nos lo muestra. Incluso vemos que en sectores industriales hipermaduros, como en el caso de la automoción como bién apuntas, la innovación es imprescindible simplemente para mantenerse. Es un fenómeno análogo al hecho de que gacelas y guepardos, por ejemplo, en una escala de tiempo adecuada, son cada vez más veloces y regatean mejor, y sin embargo están siempre en el mismo sitio los unos respecto de los otros, el ecosistema está en un equilibrio dinámico.
Autoliquidado el socialismo-comunismo, la innovación realmente interesante sería encontrar un sistema socio-político-económico global que conciliara la actividad económica con la sostenibilidad y la justicia social. Innovación para la utopía.
Me alegra mucho ver que te animas a compartir tus experiencias y reflexiones con asiduidad. Tus seguidores teníamos poca "ración" de Xavier con un libro de tanto en tanto, así que voy a seguirte con atención, pues tienes la virtud de realimentar periódicamente mis convicciones sobre la palanca de la innovación para mover el mundo, y excitar mi imaginación.
Por ejemplo, tratas de soslayo un tema que puede servir para establecer un paralelismo virtuoso con la innovación: ¿cómo lo hemos hecho de bien en el mundo del deporte desde que se prepararon los Juegos Olímpicos del 92? ¿por qué hemos sido capaces de trasformarnos de mediocres en potencia envidiada en 20 años? ¿dónde están las claves sociales del éxito? Desde luego, no en la marmita del druida, como decia el ex-tenista Noah recientemente. ¿Qué podemos aprender para emular esta explosión en nuestra batalla por la utopía de la innovación?
Lo dicho: te seguiré con máximo interés. Saludos.
Hola, Robert! Me n'alegro de veure't per aquí! Gràcies pel bon concepte que tens de les meves publicacions!
Bueno, pues yo creo que si en el mundo del deporte lo hemos hecho (razonablemente) bien es simplemente porque (como país) hemos destinado recursos. Si queremos competidores de élite, posiblemente habrá que becarlos. Difícilmente, aunque sean vocacionales, llegarán al máximo nivel (en muchas disciplinas) si no se les dota de recursos. Si queremos empresas de élite, posiblemente haya que prepararlas desde la cantera, y ayudarlas a cubrir el "fallo de mercado" mediante incentivos a proyectos de alto riesgo. Pero de eso hablaré en otro post…
Una abraçada. Xavier
Ese es el pecado de la ciencia española, la falta de visión hacia la innovación en la industria.