He tenido la suerte de trabajar durante muchos años con Joan Martí. Joan es hoy, seguramente, uno de los máximos expertos mundiales en desarrollo de clústers, y un miembro destacado de TCI (The Competitiveness Institute), organización internacional de impulso e intercambio de buenas prácticas en estrategia, innovación y clústers. Joan acaba de publicar un magnífico libro, «Clústers: Estrategias ganadoras y trabajo en equipo», un recorrido apasionante por el mundo de los clústers en el que se proyectan todos sus conocimientos y experiencia.
Un clúster es una concentración geográfica de empresas y agentes relacionados, que operan en un mismo campo de la economía. El término fue acuñado por el mismo Michael Porter, profesor de Harvard y padre de la escuela de estrategia de la misma universidad. Las aportaciones de Porter se inspiran en los distritos industriales de Alfred Marshall, economista de la escuela neoclásica que extendió la ciencia económica más allá de su base metemática inicial, e introdujo variables de comportamiento humano y toma de decisiones. Su incursión en estos ámbitos le llevó a profundizar en conceptos culturales y sociales de los fenómenos económicos, base para el estudio e interpretación de colectivos empresariales.
Los clústers existen, son realidades científicas. No son entelequias políticas. Surgen por razones históricas (disponibilidad de materia prima, existencia de fuentes de conocimiento especializado o de demanda sofisticada en un determinado ámbito). El clúster de cerámica de la Bisbal (Girona) surge por la disponibilidad de tierras arcillosas en la zona. En Arbúcies (también en Girona) se encuentran varios de los principales fabricantes de autobuses del Estado Español, por un proceso de crecimiento y escisión empresarial de una fábrica original de carros de caballo ubicada allí por la disponibilidad de materia prima (originalmente, madera). Ese mismo fenómeno hace que en Hamamatsu (Japón) se encuentren las sedes de empresas líderes en el sector de la motocicleta (Honda, Suzuki y Yamaha). Y es la disponibilidad de talento tecnológico, capaz de atraer recursos públicos para desarrollos de defensa, lo que origina Silicon Valley.
Los clústers evolucionan según mecanismos casi biológicos. Se adaptan dinámicamente al entorno. Como reza la termodinámica, no se crean ni se destruyen solo se transforman. Especialmente, no se crean por designio político. Y son los emprendedores, (los «clusterpreneurs») los que lideran el cambio y arrastran al clúster. Son los «salmones», en palabras de Joan, aquéllos que van contracorriente los que transforman la realidad. De hecho, uno de los errores clásicos de las asociaciones de clúster ha sido aferrarse al pasado, proteger antiguos status-quo, ante olas de cambio inevitable (globalización, rupturas tecnológicas, nuevas tendencias de mercado…)
Estar físicamente en un clúster hace una empresa más competitiva. Básicamente por economías de aglomeración. Éstas se deben al acceso a proveedores y a mano de obra especializados, a información privilegiada, y a la rápida difusión de innovaciones en la proximidad. Los parques tecnológicos son intentos de clusterización planificada forzando la aglomeración. Las ciudades son grandes ejemplos de economías de aglomeración. Conjuntos de empresas concentradas geográficamente («aglomeradas») pueden significar formar organizativas más eficientes que grandes empresas veticalizadas.
Los gobiernos utilizan los clústeres como unidades de análisis y actuación en política industrial, desarrollando iniciativas de estímulo de los clústers. Una iniciativa de clúster, según Joan Martí, no debe estar dirigida a que las empresas cooperen. No seamos ingenuos. Las empresas, en términos generales, deben competir. Sin embargo, existen una serie de factores higiénicos (no estratégicos, necesarios pero insuficientes) en los cuales sí que conviene una acción coordinada desde los clústers. Por ejemplo, actuaciones de lobby para conseguir cambios legislativos o nuevas infraestructuras, creación de marca de territorio, apoyo a la atracción de inversiones u obtener descuentos por volumen en compras. Los factores estratégicos, los que llevan a la diferenciación en los mercados y a atraer la atención del consumidor, se sustentan en decisiones individuales.
No obstante, una iniciativa de clúster puede acelerar el cambio estratégico individual. Básicamente, porque representa una actuación de política industrial orientada a mejorar el conocimiento de las empresas (analizar competitivamente el sector, determinar cómo se comportan mercados más sofisticados, realizar benchmarking de otros clústers -viajes al futuro, según Joan-, y detectar las estrategias ganadoras). Aquellas empresas que sigan el proceso, podrán desarrollar ventajas competitivas si cambian su estrategia y (posteriormente) su estructura. No en vano, según el profesor del MIT Alfred Chandler, structure follows strategy, bellísima frase que resume uno de los pilares fundamentales del management: toda decisión estructural debe seguir una estrategia determinada.
El libro de Joan es un excelente recorrido por la historia de los clústers: desde las estrategias ganandoras en el textil catalán hasta el análisis de las políticas de energias renovables en España. Desde el Kid’s Cluster en Catalunya hasta el clúster educativo en Boston, pasando por la presentación de una nueva profesión (el clúster manager), y por la historia de infinitos «salmones» o líderes que han traccionado procesos de cambio en clústers. Un libro escrito desde el rigor, la experiencia, el conocimiento y la pasión. Pero, por encima de todo, para mí, el registro histórico de una época en que un conjunto de directivos públicos fueron capaces de consolidar un cuerpo de conocimiento teórico y práctico que, pese a las persistentes interferencias políticas, se ha convertido en referente internacional.