Vuelvo de un viaje a China. Un amigo me envió un mail preguntándome si era cierto que se percibía una ligera desaceleración de la economía china, como le habían comentado. No se percibe. Se percibe un cambio de dirección, un punto de inflexión. El inquietante paso de una economía low-cost a una auténtica economía de la innovación. China quiere liderar el mundo, y lo va a hacer pronto, con tecnología e innovación.
Según las proyecciones esperadas, China superará a USA en inversión agregada en I+D hacia 2020. En 2011 ya desplazó a Japón de la segunda posición, y en 2007, según KPMG, ya era el mejor destino del mundo para las inversiones en I+D. Las reformas favorables a la protección de la propiedad intelectual ya llevaron a China al liderazgo mundial en patentes en 2011 (con 525.000 nuevos registros, por encima de los 500.000 de USA). En 2005, sólo 8 empresas chinas se encontraban entre las 1.000 más intensivas en tecnología en el mundo. Ahora son 114 (un incremento del 1325%). En 2014, las empresas chinas de alta tecnología han incrementado sus presupuestos en I+D un estratosférico 45% respecto al año anterior.
La emergencia de China como motor de innovación global, según BoozAllen Hamilton, se está realizando con “una característica aproximación china: top-down, rápida y decisiva”. En el mercado interior se han desarrollado fieras rivalidades entre empresas emergentes locales y multinacionales extranjeras, intentando conquistar el inmenso segmento de las clases medias que se están formando en el país. La innovación es una prioridad estratégica del gobierno para consolidar esas clases medias y estabilizar políticamente la sociedad, evolucionando hacia una estructura industrial de valor añadido y generando empleos de mayor salario. Si la percepción externa es de modelos de empresa rígidos y orientados a la copia de tecnología, lo cierto es que las empresas chinas abrazan una combinación de apertura hacia las ideas exteriores, experimentación continua y ritmo despiadado de progreso tecnológico, en ocasiones adquiriendo compañías externas para consolidar su base tecnológica (como fue el caso de Lenovo, comprando la división de PCs de IBM).
La inversión agregada china en I+D se ha triplicado desde 1995, llegando a los 163 billones de dólares (el 1,98% de su PIB, superando ya la media de la UE -1,96%-). Una progresión extraordinaria, considerando que el sistema chino de innovación se inicia en 1976, tras el final de la Revolución Cultural. Definitivamente, si durante los últimos 30 años el desarrollo chino ha sido de naturaleza exógena y manufacturera (atracción de actividades por la baja estructura de costes del país), durante las siguientes décadas será endógeno e intensivo en I+D. El ecosistema chino no sólo es interesante por los incentivos estatales a la atracción y desarrollo de actividades de I+D, sino también por el explosivo crecimiento del mercado interno. Los programas estratégicos del gobierno (“National Program for Science and Technology 2006-2020”) incorporan agresivos incentivos a las inversiones en I+D, como ayudas directas de hasta el 30% en proyectos de innovación disruptiva en sectores de alta tecnología, o deducciones fiscales de hasta el 100% del coste de la I+D. Todo ello, acompañado de una política educativa orientada a las vocaciones en ciencia, tecnología, ingeniería, física y matemáticas. 900.000 ingenieros surgen de las universidades chinas cada año, frente a los 80.000 de USA.
Vuelvo de China con la sensación de haber estado no en un país, sino en un gran proyecto. En un proyecto de país líder, con organización y con visión de futuro. Con ilusión por conquistar dicho futuro. Con una vibrante economía dinamizada por un estado que, pese a sus infinitos defectos, ha detectado que la innovación está en la base de la prosperidad de las próximas generaciones, y se ha comprometido con ella. Es una sensación de país grande, de ambición, de confianza en el futuro y de ilusión. Una sensación que ya he tenido en USA, Canadá, Finlandia o Australia.
Y vuelvo también con sensación de urgencia y furia: España sigue cayendo. Las últimas estadísticas del INE muestran un retroceso hasta el 1,24% de la inversión en I+D sobre PIB. Pero aquí no pasa nada. Nadie dimite. Nadie se preocupa. Esta vergüenza y este fracaso no atrae la atención de periodistas. No merece titulares indignados. No precisa que ningún supuesto representante empresarial o sindical haga declaración alguna… Al fin y al cabo, ninguno de ellos sabe de qué va esto de la I+D, pero en todo caso sí saben que no da votos.