En 2007 asistí a una conferencia de la asociación empresarial FemCat. En ella se exponían las conclusiones de un viaje que un grupo de empresarios catalanes había hecho a Finlandia, país tomado como modelo de innovación y competitividad. Todavía conservo las diapositivas. En su diagnosis, se detectaba que existía un déficit de inversión pública en I+D en Catalunya de 969 M€. Y un déficit de inversión privada de 2.630 M€. Para un tamaño empresarial, PIB y población similar a Catalunya, ¿Qué pasaba en Finlandia que las inversiones empresariales en I+D prácticamente doblaban a las de Catalunya?
La explicación la encontré en la web de TEKES, la agencia de desarrollo industrial y tecnológico finlandesa. En ese momento, TEKES inyectaba a la economía finlandesa 600 M€ públicos en la financiación de proyectos industriales de muy alta tecnología, según la fórmula matching fund (por cada euro público se exigían fondos privados en proporción 1 a 3 ó 1 a 4). La economía finlandesa estaba propulsada por un increíble flujo de fondos destinados al desarrollo de tecnología industrial. Esos 600 M€ públicos, multiplicados por 4 a través del mercado, generaban los más de 2.000 millones de inversión en exceso en I+D que detectó FemCat. Además, según la propia asociación, “Invierten en proyectos de riesgo. Fracasan el 30% de ellos, y dicen que la tasa de fracaso es baja”. Obvio… Si los proyectos fueran seguros, los debería financiar el mercado, no una agencia pública de desarrollo. Los proyectos financiados por TEKES siguen (todavía hoy, y desde hace 30 años) la lógica de: a) muy alto nivel de reto tecnológico, b) impacto en la economía, c) efecto multiplicador por coinversión privada, d) fórmula consorciada con universidades y centros de investigación para crear relaciones de confianza entre ellos, y d) creación de empleo.
Según Jean-Jaques Rousseau, filósofo ilustrado, para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito que les otorga ciertos derechos y obligaciones, a cambio de que el Estado les garantice un marco legal que les permita ejercer esos derechos. El Estado es la entidad creada para hacer cumplir ese contrato. Rousseau vivió en el siglo XVIII, y, desde entonces, un cambio fundamental se ha producido en las sociedades. Fue Peter Drucker, padre del management moderno quien nos hizo notar ese cambio: desde el siglo XX el agente fundamental de desarrollo económico (y, en parte, social) es la empresa. Vivimos, trabajamos e interaccionamos en el seno de organizaciones. El siglo XX fue el primer siglo de las organizaciones. En el siglo XVIII la vida de los seres humanos no discurría en entornos organizativos. Hoy sí, vivimos en entornos organizativos que, además, compiten globalmente. Y un nuevo agente ha irrumpido en escena: la empresa como mecanismo de creación de valor económico y social.
Creo que Finlandia ha actualizado su contrato social, y ha incorporado a este nuevo agente. La nueva propuesta de valor finlandesa es taxativa: “Empresa, no te preocupes de la investigación y desarrollo. Dado que es una actividad de alta incertidumbre te la paga el estado. A cambio, te exigiré que crezcas y crees empleo”. Efectivamente, un flujo económico de 600 M€ anuales para investigación industrial en una economía como la finlandesa significa, virtualmente, que el estado finlandés se hace cargo de la práctica totalidad de la investigación en sus pequeñas y medianas empresas.
Sabemos que la crisis europea, y especialmente del Sur de Europa no es (solo) una crisis de exceso de gasto, sino de defecto de gasto en algunos ámbitos específicos. No es una crisis que se resuelva (solo) mediante la contención extrema del gasto público, sino mediante el incremento de inversiones estratégicas en I+D y educación, entre otras cosas. Esperemos que el nuevo contrato social se extienda, com en Finlandia, a los países del Sur de Europa.