Imaginemos que nos ofrecen el equivalente a 1000 € mensuales de por vida, por el simple hecho de ser ciudadanos, e independientemente de nuestras condiciones laborales (tanto si trabajamos como si no). ¿Cómo nos comportaríamos? Este es el principio de la Renta Básica Universal (RBU), un mínimo garantizado que nos permita mantenernos sobre la línea de pobreza, una propuesta de innovación social que empieza a tomar fuerza creciente en el mundo del capitalismo postcrisis. Parece una locura, pero más y más expertos se interesan por el tema, mientras la automatización masiva expulsa millones de personas de sus empleos.
La economía ortodoxa nos dice que ante un cambio tecnológico que aniquila viejos sectores, el ingenio emprendedor siempre consigue generar fuentes equivalentes de empleo. Ya, pero, ¿y si esto no pasa? La economía no es una ciencia pura. Las leyes económicas no son como la ley de la gravedad. El hecho de que siempre haya pasado no significa que vuelva a pasar. Especialmente ante un escenario de vertiginoso cambio tecnológico. Sólo hay que mirar los recientes datos de cierres masivos de establecimientos comerciales en Estados Unidos. Empresas como The Limited, J.C Penney, Sears, Kmart, Macy’s o Abercrombie están bajando definitivamente las persianas de centenares de sus puntos de venta, en lo que la revista Business Insider ha venido a llamar apocalipsis comercial. Un tercio de las antaño vibrantes grandes superficies comerciales norteamericanas se encuentran en peligro de desmantelamiento, con las implicaciones que ello tiene en la geografía y en la dinámica urbana. Muchas de las grandes marcas de distribución intentan cambiar a la desesperada sus modelos de venta al canal digital, mientras Amazon se convierte en la gran interfaz comercial global. El apocalipsis industrial que vivió Estados Unidos por los efectos de la crisis, la globalización y el cambio tecnológico se ha trasladado ahora al comercio. Las grandes plataformas tecnológicas se expanden a la práctica totalidad de los sectores económicos, y se convierten en las mayores empresas del mundo, desbancando a petroleras, farmacéuticas o automovilísticas. Los cinco gigantes digitales (Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook), tuvieron en 2016 unos astronómicos ingresos de 1,2 millones de dólares por empleado, unos beneficios de 284.000 dólares por empleado, y una capitalización bursátil de 8,1 millones de dólares por empleado. Mucho dinero y muy poco empleo. El mundo digital es un mundo de unos pocos ganadores. La dinámica que se establece en los mercados digitales es conocida como the winner takes it all, nombre inspirado en la famosa canción homónima de ABBA: todo se lo lleva el ganador. El nuevo escenario económico está dominado por gigantes digitales, con imbatibles economías de escala y de alcance, reconocidas marcas, potentes y ubicuos interfases de llegada al usuario final, acceso a bases de datos masivos y procesos automatizados dirigidos por algoritmos de inteligencia artificial creciente. Eso, y plantas de manufactura pobladas por robots. Los salarios, el principal mecanismo de distribución de riqueza del capitalismo precrisis, están desapareciendo a medida que disminuye la oferta de empleo. Técnicamente, parece posible un mundo donde el trabajo esté reservado a las máquinas, no a los humanos. Pero si no buscamos mecanismos de redistribución del valor, como alertó Thomas Picketty, corremos el riesgo de volver a épocas donde la acumulación del capital en unas pocas manos, y su herencia, determinaban los destinos sociales y las posibilidades de prosperar de los individuos.
Por todo ello, desde los cenáculos de la innovación y la tecnología emerge la idea de la Renta Básica Universal. La extensión de la desigualdad, el estancamiento de los salarios y el empobrecimiento de las clases medias requieren abrir este debate. No se trata de criticar el capitalismo, sistema que nos ha permitido llegar a cotas de desarrollo jamás vistas, y que sigue extrayendo de la pobreza a millones de personas. Se trata de admitir que nos hallamos ante un nuevo y desconocido paradigma. Tampoco es un tema patrimonio de izquierdas o de derechas. Para las izquierdas, la RBU sería el mecanismo final de erradicación de la pobreza. Para las derechas, una oportunidad de dotar al individuo de libertad y responsabilidad de autogestión, pues la RBU significaría también el desmantelamiento de costosas e ineficientes redes de asistencia social (el American Enterprise Institute, un poderoso think-tank conservador americano pidió una renta de 13.000 $ anuales para todo americano). Money for nothing. Una renta incondicional a cambio de nada.
¿Tiene sentido? Los estudios en curso indican que una parte de la población renunciaría a trabajar. Pero, ¿no es esa la parte de población menos productiva, y que ya salta de subsidio en subsidio? Otra parte equivalente, viendo su riesgo reducido, decidiría emprender sus propios negocios, fomentando la innovación y creando empleo. Además, la RBU eliminaría incontables gastos sanitarios, educativos, y sociales asociados a la pobreza y la exclusión. La RBU substituiría pensiones y prestaciones de desempleo. Desaparecerían los incentivos perversos (subsidios sólo a quien no trabaja, incentivándolo a no trabajar). ¿Y si, además, la RBU viniera acompañada de flexibilización del mercado laboral? ¿RBU más despido libre? ¿No tendríamos así economías más competitivas? Hoy, en un escenario repleto de Trumps y Brexits ningún debate debe ser tabú. Sabemos que ahora es imposible, y que los problemas colaterales son muchos. Pero la RBU es algo a contemplar en el horizonte de un mundo de exuberancia tecnológica, empresas hiperproductivas y peligro de retorno a tiempos revolucionarios.
(Publicado originariamente en La Vanguardia, el 02/04/2017)