Un blog para los apasionados de la Innovación 6.0

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¿Y quién paga la fiesta?

A consecuencia del artículo publicado en La Vanguardia la pasada semana sobre Renta Básica Universal, he recibido gran cantidad de e-mails y de comentarios. La mayor parte, de interés. Algunos, de escepticismo. La gran pregunta de los escépticos es: ¿y quién paga la fiesta?
 
La misma pregunta se la podría haber hecho un campesino medieval si alguien le hubiera hablado algún día de educación o sanidad universal; o un obrero de la industria algodonera de finales del siglo XIX si hubiera oído hablar de jubilación. ¿Y de dónde salen los recursos? Tendemos a imaginar el futuro con las condiciones de contorno y las restricciones del pasado. Recordemos que estamos hablando de la inmersión en un nuevo paradigma, en el cual justo estamos entrando. Un paradigma, el de la tecnificación digital masiva que, a diferencia del de la producción en masa de Henry Ford, dispara la productividad pero no crea empleo en masa.
 
Recordemos que una Renta Básica Universal significaría el pago de un cheque mensual e incondicional a cada individuo, que le permita mantenerse sobre el umbral de la pobreza. Pongamos, 1.000 € mensuales. Las preguntas que me llegaron me han hecho imaginar una hoja de ruta para la implementación de la Renta Básica:
 
1.       ¿Y quién paga la fiesta? En una economía low-cost, nadie. Olvidémoslo. El primer paso es avanzar, ahora sí, hacia una economía hiperproductiva y basada en conocimiento. Primero hay que hacer los deberes. Quizá es el momento de dejar de cantar las excelencias de la ciencia de per se, y empezar de verdad a inyectar conocimiento y tecnología a la economía. Para ello, se requieren políticas masivas de estímulo de la inversión en ciencia y tecnología industrial.
2.       Suponiendo que ya disponemos de una economía dinámica y competitiva basada en innovación (pero probablemente, incapaz de crear suficiente empleo), cabe reformar la fiscalidad, creando un fondo de fiscalidad tecnológica (“que los robots paguen impuestos”). Imaginemos un gobierno que ha apoyado firmemente la creación de start-up’s, el desarrollo tecnológico y la digitalización, y en un momento dado empieza a recoger importantes royalties de los frutos de la tecnología (Israel ha instrumentado ya mecanismos en este sentido). O imaginemos impuestos progresivos sobre aquellas empresas cuyo ratio de beneficio/ empleo sea mayor (las que ganen más dinero con menos empleados). Recordemos que los grandes gigantes digitales hoy tienen ratios de ingresos de casi 2 millones de dólares, y beneficios de casi 300.000 dólares, por empleado, y ese es el modelo de empresa que se está extendiendo y creciendo por todos los nichos de la economía. La economía digital no distribuye riqueza en forma de salarios como sí lo hacía la vieja economía industrial.
3.       Una vez incrementados los ingresos fiscales, especialmente la fiscalidad tecnológica, reformemos en profundidad todas las redes asistenciales. La Renta Básica Universal significaría la eliminación de las infinitas e ineficientes microayudas a la inserción, a la formación, al reciclado de profesionales, etc. Eliminemos también la burocracia relacionada a la gestión de esos subsidios.
4.       Hiperflexibilización del mercado de trabajo, fomentando los empleos part-time, y facilitando al máximo la entrada y salida del mismo. Con una Renta Básica Universal como seguro elemental, se podría plantear el despido libre. Las empresas, así, sería más reconfigurables y adaptativas ante los cambios del entorno, y estarían formadas por los equipos más motivados y productivos.
5.       La Renta Básica Universal significaría la eliminación de los subsidios de desempleo. Su lógica es perversa: son subsidios que se conceden a condición que el individuo no tenga ingresos, incentivándolo precisamente a no tenerlos para no perder los subsidios. Se frena la iniciativa y el emprendimiento, y se queda cautivo de este tipo de ayudas. También substituiría a las pensiones.
6.       Para mitigar su impacto inicial, la implantación de la Renta Básica Universal podría ser progresiva, y se concedería sólo a adultos a partir de los 18 años.
 
Inversión en una economía basada en conocimiento, creación de un fondo fiscal sobre la tecnología, eliminación de subsidios ineficientes y substitución de todo lo preexistente por un solo mecanismo de redistribución. No lo veo tan imposible. Sin embargo, todavía surgen dudas razonables. Una de las críticas a la Renta Básica Universal es la posibilidad de que inmediatamente genere un alza inflacionaria de los precios que cree un “nuevo cero”. Podría ser, hay que estudiarlo a fondo, pero como dice Scott Santers, no se trata de fabricar billetes y lanzar unos cuantos millones de euros cada año desde helicópteros. Se trata de redistribuir recursos que ya están en circulación en la economía. Por otro lado, la debilidad de la demanda es tal que ni siquiera las expansiones cuantitativas (con la fabricación de nueva moneda) de la Reserva Federal Americana en los últimos años han generado inflación. Se trata de revitalizar clases medias empobrecidas y sacar de la pobreza a los excluidos. Cosa que, por otra parte, es necesaria para estimular la demanda y que la economía vuelva a entrar en un círculo de crecimiento virtuoso y equilibrado.
 
El problema más serio, sin embargo, es la necesidad de controlar el efecto llamada y la implantación de la Renta Básica de forma simultánea y bajo acuerdos internacionales. Un gran proyecto transformador e ilusionante, por ejemplo, para la vieja y fragmentada Europa.
 
¿Y quién paga la fiesta, pues? La fiesta la paga uno de los recursos más abundantes que ha generado la humanidad: la tecnología. La misma tecnología que impulsa la robotización masiva y la pérdida de empleo, a una escala y velocidad las sociedades no pueden soportar. ¿Utopía? Creo que técnicamente es posible. La alternativa al debate la estamos viendo cada día en los medios de comunicación: absurdas fragatas en Gibraltar, tensión entre Rusia y Estados Unidos en Oriente Medio, amenazas de Turquía a Alemania, y atentados en Estocolmo. Un paisaje digno de los años previos a la Primera Guerra Mundial.
 

 

(Por cierto, vale la pena leer hoy la entrevista en La Vanguardia al experto en robótica David Wood. Me suena que estamos bastante alineados).

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