Durante la campaña presidencial americana de 2016, unas 500 cuentas de supuestos ciudadanos americanos fueron sigilosamente abiertas en Facebook. Dichas cuentas compraron más de 3.000 espacios publicitarios políticos, y empezaron a emitir opinión sobre el curso de los acontecimientos, a abrir foros de debate, y a participar en debates preexistentes. Alrededor de las mismas se generaron falsas noticias (“fake news”) y posts inflamatorios (“inflamatory posts”), que se propagaron viralmente por la red, según The New York Times, en un ejercicio de operaciones organizadas por alguna misteriosa entidad, con la aparente finalidad de influir en los resultados presidenciales. Quienes estaban inyectando material de modulación de la opinión pública no eran pacíficos ciudadanos americanos. Eran trolls (agentes anónimos) rusos. Más de 100.000 $ fueron invertidos en la red social por grupos de activistas vinculados a la inteligencia rusa. Su efecto alcanzó a más de 10 millones de usuarios.
Hoy existe una batalla legal para que esas cuentas radiactivas sean desveladas, pero Facebook no quiere hacerlo (aunque sí que las ha compartido con el Congreso norteamericano). Al fin y al cabo, Facebook es una compañía con negocios globales, y quizá no acierta a ofrecer soluciones a este inesperado problema, que hasta hace muy poco negaba, y que parece que tiene una dimensión muy superior a la que parecía. Sin embargo, la estrategia de intromisión digital va más allá de Facebook. Google ha hecho público que existen evidencias de material de influencia digital rusa en Youtube, Gmail y otras plataformas digitales. Incluso en Instagram, red de amplio uso entre adolescentes.
¿Tuvo Facebook un rol decisivo en la victoria de Donald Trump? Quizá nunca lo sepamos. Pero lo que ha ocurrido es un punto de inflexión en la concepción de la democracia y en el control de los instrumentos que pueden afectarla. Si, en lugar de los 100.000 $ detectados en modo de interferencia rusa para alterar la opinión pública norteamericana, alguien hubiera invertido un billón de dólares, ¿qué hubiera pasado? ¿Se puede modular, o incluso, transformar completamente un estado de opinión en una gran muestra de población conectada digitalmente? El posible impacto de Facebook en el resultado de unas elecciones parece, hoy por hoy incuestionable. Ya en 2010 se llevó a cabo un interesante experimento. En unas elecciones al congreso, se añadió a Facebook una aplicación electoral que constaba de tres gadgets: un mapa con los lugares de voto, un botón “I’ve voted”, y, una vez presionado éste, un gráfico que presentaba la imagen de 6 contactos que también habían votado. Se estimó que la aplicación movilizó directamente 60.000 nuevos votantes (que se hubieran abstenido sin ella), e indirectamente (a través de los contactos), 340.000 votos más. Algo que podía ser absolutamente decisivo, teniendo en cuenta que George Bush ganó Florida (y la presidencia) por sólo 537 votos.
Sumemos a ese brutal potencial de incidir en la opinión y en la conducta del ciudadano los potentes algoritmos de inteligencia artificial que están desarrollando todas las grandes empresas en la frontera digital, y su inmensa base de datos de usuarios (más de 2.000 millones en Facebook). ¿Y si, por ejemplo, Zuckerberg -o alguien que le pague por ello- detecta y segmenta automáticamente todos aquellos usuarios de Facebook cuyo perfil está relacionado con una determinada opción política, e inmediatamente empieza a diseminar material dirigido, para disuadirles de votar, o inducir un cambio de opción de voto? En marketing, las aplicaciones son inmediatas. Si queremos crear un estado de opinión sobre un producto -en positivo o en negativo-, sólo cabe acudir a Facebook. ¿Podríamos generar una campaña ofensiva de desprestigio del competidor, y borrarlo del mapa, a través de fake news u otras artimañas psicológicamente más elaboradas? ¿Podemos crear nuevas necesidades, de la nada, gracias a brutales campañas de márketing indirecto en Facebook? ¿Podemos posicionar o desposicionar un producto o una marca instantáneamente a través de redes sociales?
En el mundo digital aparecen tantas oportunidades inesperadas como escalofriantes amenazas. A medida que digitalización se extiende, los dispositivos se interconectan y aparecen capas superiores de inteligencia, más y mejores sistemas de prevención y control deben activarse. La seguridad informática y el buen uso de los sistemas de información no sólo serán un tema estratégico a nivel militar, o político. Lo serán por su posible afectación en cualquier ámbito de la vida cotidiana. Este campo dará mucho que hablar en el futuro. Si lo descuidamos, podemos encontrarnos magnates rusos decidiendo elecciones en EEUU o Alemania, yihadistas convirtiendo en misiles las flotas de vehículos autoconducidos de las ciudades occidentales, o hackers norcoreanos dosificando la insulina de los enfermos de diabetes. Si conoce alguna start-up de ciberseguridad, invierta en ella.
Hablando de redes sociales y comentario u opiniones sobre determinados temas, pienso que tienen mucha relevancia para determinar la efectividad del tema que se trate, sea político, social, etc. Ahora bien, me puse a buscar en Internet opiniones sobre la empresa de telefonía Ono, y en este enlace encontré que la opinión de los demás sube o baja la popularidad de determinada empresa o marca.