La semana pasada invité a una de mis clases a Josep María Martorell, director asociado del Barcelona Supercomputing Centre. Nos alertó de algo que ya intuíamos: la peligrosa dependencia tecnológica europea, en una industria “madre” como es la de semiconductores. En un entorno, como el del último siglo, donde EEUU ha sido aliado secular de Europa, no se nos podía ocurrir que los americanos nos dejaran de suministrar tecnología de última generación. Pero en pocos años, el sistema de alianzas y de estrategias internacionales se ha desestabilizado. EEUU rompe sus compromisos con Europa e inicia una senda proteccionista, a la vez que China emerge como potencia tecnológica. Nada impide a Trump, por ejemplo, dictar una orden de veto de venta de microprocesadores de última gama a Europa. Obama ya lo hizo con China. En abril de 2015, la administración norteamericana prohibió a Intel, el mayor fabricante de chips del mundo, vender sus productos a las instalaciones de supercomputación chinas, por razones de seguridad nacional. La inteligencia americana detectó que los dos mayores supercomputadores del mundo, el Thiane-1A y el Thiane-2, supuestamente estaban realizando simulaciones sobre pruebas nucleares. En aquella época, en un viaje a China, pude leer en la prensa del país que el gobierno chino lanzaba un nuevo programa, dotado -nada menos- de 100.000 millones de dólares para dominar industrialmente la física de dispositivos, e independizar el país de los chips extranjeros. La apuesta china iba en serio.
La tecnología de semiconductores está en manos asiáticas y americanas. ¿Qué ocurriría si Trump vetara la venta de chips a Europa? Entraríamos en una especie de “glaciación tecnológica”, condenados a sistemas que operen más lentos que los de nuestros homólogos -y competidores- americanos, chinos, surcoreanos o japoneses. Una glaciación que haría palidecer cualquier guerra comercial convencional, y que supondría una inmediata obsolescencia de todo el continente. Todos nuestros sistemas de información, de repente, serían más lentos. ¿Podrían competir las grandes automovilísticas europas – Volkswagen, Daimler, BMW, Citroen, Renault- sin provisión de semiconductores americanos? ¿Podrían sobrevivir los grandes bancos europeos – Santander, Deutsche Bank, Allianz, UniCredit- sin capacidad de actualizar sus sistemas de información? ¿Qué sería de Airbus? ¿Y de la industria de telecomunicaciones europea – Telefónica, Orange, Vodafone…? ¿Podrían seguir fabricando maquinaria automatizada de proceso los conglomerados industriales como Siemens? ¿Qué grado de dependencia tiene la economía europea de tecnologías estratégicas, habilitadoras y transversales, como los semiconductores (americanos, japoneses, coreanos o chinos…)? No tengo las respuestas, pero me temo que la dependencia tecnológica europea es alarmante.
Según Handelsblatt, En Europa no se ha construido una sola factoría moderna de semiconductores, a una cierta escala, en las últimas dos décadas. En Asia, en cambio, con “gobiernos dispuestos a coinvertir billones de dólares en esta tecnología”, la capacidad de fabricación de procesadores avanzados florece por todas partes. Entre los 10 grandes fabricantes de semiconductores del mundo, sólo uno (NXP) es europeo. Y todo indica que esta empresa holandesa será adquirida por su rival estadounidense Qualcomm. Hoy Europa proporciona sólo el 9% de los chips mundiales. Países mucho más pequeños, como Taiwan o Corea del Sur, desarrollan y exportan, respectivamente, el 20% y el 15% de procesadores del mundo.
Europa debe quitarse de encima los complejos. Según Andreas Gerstenmayer, CEO de la empresa electrónica austríaca ATS, la mayor fabricante europea de placas de circuito impreso, proveedora de Apple, “a menos que se tomen decisiones políticas masivas, Europa continuará condenada a estar a la defensiva”. Es un mal menor, si no entramos en una auténtica edad del hielo tecnológica. La dependencia tecnológica externa puede paralizar la transformación digital del continente, y evitar la nueva ola de disrupción: la derivada de la inteligencia artificial. Europa puede quedar al margen de la internet de las cosas, el big data o el 3D printing. Algunos dirigentes europeos, como mínimo, está preocupados, y se empiezan a realizar pasos en la buena dirección: Robert Bosch, el mayor proveedor mundial de componentes de automóvil instalará su nueva planta de chips en Dresde. Invertirá 1000 M€, pero recibirá 200 M€ de la UE. Este es el juego, nos guste o no: un juego de potentes incentivos. Los países compiten agresivamente por atraer y mantener actividades de alta tecnología, y para ello se precisan recursos, liderazgo y proyectos, para mantenernos en la frontera tecnológica. La alternativa: comprar chips americanos (o chinos), o deslocalizar nuestras compañías tecnológicas a Asia. Y prepararnos para volver a vivir en las cavernas.
3 responses to “Glaciación tecnológica”
Y el problema no es solo la dependencia de los chips. La dependencia de los ciudadanos europeos de las plataformas de software americanas es tanto o mas grave. Android, iOS y Windows constituyen un auténtico oligopolio. Y no hay ningún plan, que yo sepa, para sacar a Europa del agujero en el que se ha metido.
And learning from intel Open Innovation model approach?. Intel has become a corporate VC that operates worldwide…. Thanks x your post. 1st rate as usual M.
Inmejorable visión de un futuro que puede acahecer en cualquier momento. La idea de la globalización, ha hecho que nuestros sistemas de producción hayan dejado de producir ciertos productos por no poder competir con grandes multinacionales. Esto comporta una perdida de respuesta ante una situación como usted plantea, que puede llegar a ser muy peligrosa.
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Y el problema no es solo la dependencia de los chips. La dependencia de los ciudadanos europeos de las plataformas de software americanas es tanto o mas grave. Android, iOS y Windows constituyen un auténtico oligopolio. Y no hay ningún plan, que yo sepa, para sacar a Europa del agujero en el que se ha metido.
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M.
Inmejorable visión de un futuro que puede acahecer en cualquier momento. La idea de la globalización, ha hecho que nuestros sistemas de producción hayan dejado de producir ciertos productos por no poder competir con grandes multinacionales. Esto comporta una perdida de respuesta ante una situación como usted plantea, que puede llegar a ser muy peligrosa.