¿Es la extensión de la desigualdad el motivo de la ola de proteccionismo y de populismo que está invadiendo el planeta? Posiblemente sea así, sobre todo porque la globalización no ha afectado por igual a las diferentes capas sociales. Especialmente perjudicadas por la distribución desigual del crecimiento de los ingresos han sido las clases medias de las economías desarrolladas. Seguramente, aquéllas que han puesto el rumbo político hacia opciones demagógicas, al ver cómo sus condiciones de vida han empeorado durante las últimas décadas, y muy especialmente, durante la gran crisis de 2008.
Paradójicamente, los resultados agregados de la globalización son positivos. Extremadamente positivos. La resultante del gran sistema organizativo (el capitalismo) inaugurado durante la Ilustración con la eclosión de la racionalidad científica, la innovación tecnológica, la libertad económica y la democracia política es un mundo mucho mejor. Increíblemente mejor. Si en 1800, el 94% de la población del planeta vivía en la pobreza extrema, hoy sólo viven en esas condiciones el 10% (muchos, sí, pero muchos menos que hace dos siglos). Hoy, el 86% de la población mundial tiene acceso a educación básica, y el 85% está alfabetizada. El 56% de humanos viven en democracias, el 86% tiene acceso a vacunas, y sólo el 4% muere antes de los 5 años (en 1900, la mortalidad infantil global era del 35%).
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Source: Economics for Public Policy, M. Corack |
El problema es que el crecimiento del bienestar ha sido extremadamente desigual en los últimos años. En un famoso documento del Banco Mundial de 2013, los economistas Milanovic y Lakner estudiaron cómo habían crecido los ingresos por percentiles (grupos) de individuos con determinados ingresos, a nivel global. El resultado fue la sorprendente “curva del elefante”: en el periodo 1988-2008 la globalización ha permitido incrementar substancialmente los ingresos de aquéllos que tenían ingresos muy bajos, situados en los percentiles 15%-75% del total. Es decir, elevó el bienestar de las clases medias de los países emergentes. Básicamente en China, donde 800 millones de personas han salido de la pobreza en ese periodo. También eleva el bienestar (los ingresos) de la élite mundial (la “trompa” del elefante”). Pero en ese periodo, las capas cuyos ingresos se situaban entre el 75% y el 90% del máximo (las clases medias de las economías avanzadas), no han prosperado en absoluto. Han sido las grandes olvidadas de la globalización, justo aquéllos que habían teorizado y defendido las democracias liberales, los herederos de los vencedores de la 2ª Guerra Mundial.
Se constata la convergencia global que explicaba en Nobel Michael Spence en su libro The Next Convergence: The Future of Economic Growth in a Multispeed World. El mundo parece converger hacia un estándar económico global. Si en 1980 existía un “Primer Mundo” formado por las naciones industrializadas, un “Segundo Mundo” formado por los antiguos países socialistas, con economías planificadas y cerradas, y un “Tercer Mundo” de excluidos; hoy cada vez en menos tiempo, más naciones (especialmente asiáticas) saltan hacia estadios de desarrollo superiores, formando nuevas masas de clases medias globales que, incluso, superan a las de los viejos líderes.
Lo malo es que el elefante se está enfadando y está levantando su trompa en exceso: cada vez una élite más pequeña captura una parte mayor de las rentas globales (“la trompa” de la curva). La economía digital sigue su imparable dinámica “the winner takes it all”. Una extensión de la curva a 2016 nos permite comprobar cómo el 1% de la población mundial captura el 27% del crecimiento global, mientras que el 50% de población más pobre sólo ha capturado el 12%. Pese a la emergencia de nuevas clases medias globales, la desigualdad se extiende peligrosamente.
Y, en este escenario, la Europa democrática peligra, emparedada entre cuatro macro-realidades: una América proteccionista que considera la UE como “enemiga”, una Rusia autoritaria con intereses geoestratégicos en la fragmentación de la Unión, una China digitalizada y disciplinada que desea liderar tecnológicamente el mundo, y una África que mira hacia el Norte y sueña con atravesar el Mediterráneo para iniciar una nueva vida en una tierra, hasta ahora, próspera.
Quo vadis, Europa? Sin duda, es el momento de fortalecer definitivamente el proyecto europeo. Ahora o nunca.
Europa puede morir de inacción. Desde la crisis del 2008 han pasado 10 años y eso es un plazo excesivo para la inacción. Europa o avanza como unidad o muere. Y ha perdido 10 años y no se vislumbra que vaya a ponerse decididamente en marcha. No hay muchos motivos para el optimismo. Solo queda la esperanza y la prudente preparación de un plan de contingencia a nivel personal, nacional y regional. Duros tiempos para la democracia, me temo.