Imaginemos que disponemos de 100 M€ para un programa público de fomento de la innovación. ¿Cómo lo distribuiríamos? En los extremos, tenemos dos posibilidades: (a) en 100.000 bonos de 1.000 € (los famosos vouchersde innovación), o (b) lanzar una convocatoria competitiva para un solo proyecto transformador, de gran dimensión. ¿Distribución o concentración de recursos?
¿Qué tendría más efecto? La primera aproximación sería la más popular: 100.000 empresas recibirían un bono para, por ejemplo, comprar un ordenador. Pero esas empresas ya tienen recursos propios para hacerlo. Los incentivos pequeños tienen un efecto de desplazamiento de recursos privados (substituyen recursos privados que, en cualquier caso, se utilizarían para ese uso). No generan efecto adicional. Su impacto final tiende a ser nulo. En cambio, una gran convocatoria competitiva y ambiciosa para, por ejemplo, diseñar y lanzar un nuevo satélite al espacio con prestaciones muy superiores a los actuales, sitúa a las empresas fuera de las fronteras del mercado actual, y las estimula a superar nuevos retos y desarrollar capacidades que el mercado actual no está demandando. En este caso, la administración actúa como generadora de mercados sofisticados. Un gran proyecto como el descrito es adicional(se superpone a lo que el mercado demanda), es transformador (crea nuevas realidades), y tiene efecto multiplicador (se puede complementar con recursos privados con proporciones, por ejemplo, 1 a 3 –cada euro público se complementa con 2 euros privados).
Imaginemos ahora que la economía de un país debe doblar su inversión en I+D, que se encuentra muy por debajo de los estándares deseados. Imaginemos tres posibilidades: (a) esperar que pase espontáneamente (la visión más neoliberal: “lo mejor es no intervenir en el mercado», «la mejor política industrial es la que no existe”), (b) invertir preferentemente en ciencia («políticas de oferta»), inyectando recursos a centros de investigación pública, esperando que finalmente dicha ciencia desborde al mercado, y (c) estimular la I+D empresarial («políticas de demanda»), desplegando instrumentos como los descritos antes, con efecto multiplicador.
¿Cuál sería la mejor aproximación? En el caso (a), si optamos a que espontáneamente la economía española (o la catalana) se sitúen al nivel de I+D de Corea del Sur o de Israel, deberíamos esperar unos 180 años, contando que ellos paren su ratio de inversión actual. Bajo la aproximación (b) se crean excelentes subsistemas científicos, pero no existe impacto demostrado en la economía, ni ha existido en ningún país sin políticas complementarias de estímulo de la demanda o de transferencia tecnológica. La tarea de los científicos acaba en la publicación científica. No hay efecto multiplicador, más que, en todo caso, para atraer más recursos de investigación. La aproximación (c) es, sin duda, la más eficiente para superar el “fallo de mercado” (la tendencia del mismo a invertir por debajo de lo óptimo en I+D): disponer recursos públicos orientados a retos de interés empresarial (o social), complementando los recursos públicos inyectados con recursos privados, sin renunciar a la excelencia del proyecto, pero buscando impacto en el entorno.
Bajo estas premisas, en 2008 (hace justo 10 años) diseñamos y lanzamos desde ACCIO (la Agencia de Competitividad de la Generalitat de Catalunya) el programa de “Núcleos Estratégicos de Innovación Cooperativa”. Convocatorias competitivas para proyectos de presupuesto mínimo de 1 M€, formados por consorcios de PYMEs, y evaluados en clave de nivel de reto científico (los proyectos debían tener un muy alto nivel científico-técnico, pero eran proyectos industriales), y en clave de impacto en el sector (debían desencadenar la atracción de inversión extranjera, o generar empleo de calidad). La estrategia de fondo era constituir auténticos “núcleos” o micro-clústers estables de alta tecnología, formados por empresas locales que adquirieran hábitos crecientes de inversión en I+D. De forma colateral, esas empresas arrastraban a grupos de investigación, a los que contrataban para garantizar la calidad científica del proyecto. Era una propuesta mixta de política industrial y de investigación. Con 20 M€ de presupuesto del momento, se apalancaban unos 60 M€ de I+D exnovo (que era complementada con fondos de CDTI a proyectos que no podían ser aprobados por limitaciones presupuestarias locales). En total, se conseguían unos 100 M€ de I+D adicional cada año, cantidad que ya tenía efectos estadísticos.
Para mí, ha sido el mejor instrumento de política de innovación que hemos tenido. Con el tiempo, los recortes y los cambios de equipo, la lógica de los núcleos cayó en el olvido. Hoy, 10 años después, compruebo con satisfacción que otras Comunidades Autónomas han recogido la idea y han lanzado sus propias líneas de “núcleos”. Madrid acaba de lanzar convocatorias para proyectos de entre 2 y 8 millones de euros, los «Núcleos de Innovación Abierta»:
Jamás debemos olvidar que la innovación es un fenómeno empresarial. El centro del sistema de innovación no es la universidad ni el grupo de investigación: es la empresa. Políticas de innovación que no sitúen a la empresa en el centro, no son tales. Son políticas de investigación, pero no de innovación, e incrementarán los estándares científicos del país, pero no necesariamente su capacidad innovadora ni su prosperidad económica.
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