La generación que nació en el último cuarto del siglo XX ha perdido sus referentes. No hemos asistido al fin de la historia que pronosticó Fukuyama. Tras la caída del muro de Berlín, dábamos por sentado que el mundo convergía hacia un estándar económico y social único: economía de mercado y democracia liberal, sustentada sobre sólidas clases medias. Europa Occidental, EEUU y Japón habían llegado a la meta de la prosperidad. Sólo cabía esperar que el resto de países se fueran sumando. Pero el siglo XXI ha roto todos nuestros sueños. El sistema de mercado ha colapsado tres veces en veinte años (burbuja de internet, crisis subprime y Covid-19). Como comenta Lassalle, con los atentados de las Torres Gemelas en 2001 perdimos la seguridad, la crisis financiera de 2008 volatilizó nuestra prosperidad, y la Covid nos ha hecho conscientes de nuestra fragilidad sanitaria. Algunos países se deslizan hacia la precariedad ante la inoperancia de unas clases políticas divisivas incapaces de construir y cooperar. Me impactó la mirada desconcertada de mi hijo, horrorizado ante una larga cola de un banco de alimentos ¿Esto pasa aquí, papá? Es la mirada de nuestra sociedad, de nuestro momento histórico. Me indignan quienes enarbolan informes parciales de competitividad e innovación, que posicionan nuestros territorios en la élite planetaria. Sólo cabe pensar en cuántas ofertas de empleo digno tienen nuestros jóvenes; cuántos de ellos tienen que construir su futuro en otros países; y cuántos profesionales excelentes se encuentran en situaciones de precariedad. Hemos acariciado la prosperidad con los dedos, pero ahora se nos escapa. Aun así, nuestras bases son sólidas y podríamos ser optimistas: avanzamos globalmente hacia una sociedad tecnológicamente sofisticada, que podría dar respuesta a gran parte de las necesidades del ser humano. La acción decidida e inteligente de los gobiernos será decisiva en orientar la dirección del crecimiento, y hacerlo compatible con la sostenibilidad y el bienestar compartido. Paul Romer, premio Nóbel de economía y autor de la teoría del crecimiento endógeno (según el cual la tecnología y el espíritu emprendedor de las sociedades son el verdadero motor del progreso económico) lo explica con una foto muy ilustrativa: un grupo de jóvenes estudiando a la luz del aeropuerto de Guinea-Conakry. Sin acceso a electricidad, la única zona iluminada de la ciudad es esa. Ninguno de ellos puede pagarse la instalación de una red eléctrica. La luz que emana de una farola es un bien no rival: que acceda un individuo, no impide el acceso a otros. Su coste marginal tiende a cero. La iluminación pública en países en desarrollo es una gran metáfora del rol de la educación, la ciencia y la tecnología en nuestras sociedades: constituyen las verdaderas fuentes de prosperidad. Las inversiones inteligentes en educación e I+D hoy marcarán el destino de las generaciones futuras, en un mundo que se encamina decididamente a una intensa fragmentación y polarización tecnológica estimulada por la rivalidad entre EEUU y China.
En este entorno de incertidumbre, las empresas han perdido también sus referentes. Hace años que la planificación estratégica está liquidada. ¿Cómo competir en un escenario de cambio permanente, casi espasmódico? La analogía que me viene a la mente es la de un esquiador en la cima de una montaña, en un día de niebla intensa. ¿Cómo planifica el descenso, si no tiene visibilidad? Sólo hay una opción: lanzarse. Avanzar sin miedo. La estrategia: entrenar unas piernas de hierro para adaptarse dinámicamente al terreno, manteniendo el centro de gravedad estable. Tomar decisiones rápidas, aprender y pivotar hacia relieves más favorables. La planificación estratégica se substituye por la adaptación estratégica, la capacidad de fluir en entornos complejos e inestables. Fortaleza interna y agilidad. Así lo hacen los líderes. Google se define como “AI First”, creando y reforzando un núcleo de capacidades en inteligencia artificial que le permitirá competir en diferentes sectores (motores de búsqueda por internet, vehículo autoconducido, internet de las cosas). Tesla ataca el sector del automóvil con una veloz ofensiva en la dirección del cambio tecnológico, desarrollando baterías eléctricas imbatibles. Pero pivota hacia el sector energético buscando economías de escala al constatar que todavía no tiene masa crítica para enfrentarse frontalmente a rivales veinte veces mayores en series productivas. La empresa de éxito es aquélla que explora, experimenta, y realiza veloces escalados cuando descubre una oportunidad. Y, si el ataque no funciona, pivota y cambia de dirección.
Covid ha significado una especie de reset para nuestra sociedad. Tendremos que aprender a resetearnos constantemente. Jamás será demasiado tarde para empezar de nuevo. Según el World Economic Forum, las capacidades críticas para el futuro son el pensamiento analítico, el aprendizaje activo, la creatividad y la iniciativa permanente. Atrás quedan la memorización, la habilidad manual y la planificación. Debemos entrenar a nuestros jóvenes en estas nuevas capacidades. El éxito profesional estará en la convergencia entre humanismo, emprendimiento y tecnología. Emprendimiento entendido como capacidad sistemática de superación de retos vitales, cualesquiera que sean. Los conocimientos y los contenidos quedarán obsoletos a medida que unas tecnologías substituyan a otras. Las capacidades internas son las “piernas fuertes” del esquiador que se adapta dinámicamente al terreno. Debemos formarnos en capacidades de adaptación y respuesta rápida, especialmente en algunas de ellas: aprender a aprender, aprender a emprender, y, sobre todo, aprender a olvidar.
Nacer de nuevo cada día, es un gran cambio en o que somos, pero no en el etos. En esencia somo seres adaptativos, por eso seguimos aquí como dominantes. Debemos, eso sí, aceptar nuestra responsabilidad global y nuestro destino.
Saludos, JVM
Habitualmente comparto tu visión de la situación. Pero este post me hace sentir melancólico. Necesito nuevos horizontes como los que dibujas para cargar mi mente de fuerza con las que empezar de nuevo. Partir de cero tiene ventajas e inconvenientes. Ambos imprescindibles para seguir luchando. Gracias Xavier.