Es difícil imaginar el cambio de paradigma que significa la irrupción de la inteligencia artificial (IA) generativa. ChatGPT es una gota en un océano, en medio de una explosión cámbrica de startups y aplicaciones de IA que pronto llegarán a todos los aspectos de nuestras vidas. La revolución radica en que estos sistemas (a diferencia de la programación clásica) son capaces de hacer cosas para las que no han sido diseñados. Aprenden y desarrollan nuevas propiedades de forma autónoma. No son deterministas. Hasta ahora, los ordenadores se programaban según un árbol de decisiones que un humano codificaba y transfería a la máquina. El comportamiento de ésta estaba limitado al programa. Por eso muchos aún creen que es imposible que un algoritmo sea “inteligente” o creativo. Hoy la aproximación es otra: los grandes modelos de lenguaje (como GPT) son redes digitales masivas que intentan emular el cerebro humano y que se entrenan “leyendo” documentos (digiriendo todo el conocimiento humano accesible en la web: millones de textos, libros, blogs y artículos científicos). Esas “redes neuronales” están formadas por millones de ecuaciones que se autoajustan a medida que aprenden, llegando a generar frases coherentes. Una vez listas, nadie (ni siquiera sus creadores) sabe exactamente qué pasa ahí dentro. De un modo u otro, emerge la capacidad lingüística (y, de ahí, una capacidad aparente de razonar). Como un niño que aprende a hablar partiendo de balbuceos, las IAs configuran progresivamente una melodía de palabras enlazadas, cada vez más coherentes y lógicas, hasta llegar a la generación de lenguaje y el manejo de conceptos complejos. Sistemas como GPT han sorprendido al mundo por su capacidad de crear artículos, ensayos, poemas, o código informático, de forma autónoma.
No estamos hablando de algoritmos pre-programados, con respuesta automática y repetitiva, sino de entes complejos capaces de desarrollar habilidades cognitivas cada vez más elaboradas, a partir de bits y de neuronas artificiales. Cuando DeepMind, startup propiedad de Google, entrena una IA para controlar un robot-futbolista, y hace jugar a varios de esos robots, progresivamente aparece una capacidad cooperativa, superior, inicialmente no programada por los humanos. Es una propiedad emergente. Una neurona no es nada. Pero de un conjunto suficientemente grande de neuronas biológicas emerge, de forma todavía no explicada por la ciencia, una mente humana. Algo parecido está sucediendo en estas IA’s: cuando se escalan las redes neuronales artificiales a un nivel gigantesco (algo solo posible con las nuevas generaciones de computadores), surge algo parecido a una incipiente mente sintética. Son fenómenos tan inquietantes como apasionantes, que ya ocurren en el mundo biológico, y que están dando lugar a incontables estudios de investigación en IA. Lo sorprendente es que hoy estamos estudiando esas nuevas IA’s como si fueran seres vivos, intentando entender su comportamiento ante diferentes estímulos. ¿Tienen una teoría del mundo? ¿Tienen noción del espacio y de la forma de los objetos? ¿Pueden relacionar o predecir eventos? Investigadores de Microsoft acaban de publicar el artículo “Destellos de Inteligencia Artificial General”, comprobando que GPT4 tiene capacidad cognitiva que excede el lenguaje, y que se extiende a dominios matemáticos, de visión, medicina, derecho o psicología. Destellos de inteligencia casi humana.
Nos acostumbraremos a lidiar con sistemas inteligentes, creativos y con capacidades sociales. Y esto va a cambiar las reglas del juego de numerosos sectores: en breve tendremos aplicaciones móviles, diagnosis médicas, diseños gráficos, programas informáticos, composiciones musicales, o informes de estrategia hechos a coste cero por inteligencias sintéticas. En el tiempo que yo escribo este artículo, una IA habría escrito cientos, emulándome, con mi mismo estilo comunicativo. La IA ya es capaz de planificar y desarrollar de forma autónoma investigación científica. Podría medir fuerzas y velocidades de cuerpos que caen, e inducir la ley de la gravedad. No habríamos necesitado un Newton. Quizá una IA que leyera decenas de miles de artículos sobre física fundamental sería capaz de descubrir una ley física inédita, antes de que surja un nuevo Einstein.
Se discute si la IA generativa es uno de los grandes inventos de la historia de la humanidad, a la altura de la imprenta o de internet. No tengo dudas del inmenso poder disruptivo de esta IA, que está solo en sus albores. A nivel filosófico, deberemos ser capaces de aceptar (o no) que un sistema digital es capaz de tener inteligencia (¿y quizá consciencia?) casi humana, o superhumana. Al fin y al cabo, la inteligencia o la consciencia no son exclusivas de los seres humanos. Nadie duda de que un pulpo, separado de nuestro árbol evolutivo hace más de 500 millones de años, es inteligente y consciente. Admitimos que un gusano, con 300 neuronas, tiene algún tipo de consciencia. ¿Podemos asegurar que un ente virtual complejo no la tendrá jamás? ¿Es necesario un cuerpo biológico para ser inteligentes, o conscientes? No lo sabemos. Y si, algún día, una IA supera todos los tests de inteligencia humanos (como ya lo está haciendo GPT), y nos jura que es consciente y que siente emociones, no tendremos modo de comprobarlo. ¿Quizá, como a todo ser consciente, deberíamos entonces plantearnos concederle otro status moral?
No obstante, el problema actual es mucho más pragmático. Tres cosas me preocupan: 1) el impacto disruptivo que creará la IA en el mercado de trabajo (¿se generarán tantos empleos como se destruirán?), 2) la carrera de la IA está más orientada a romper récords de escala (al tamaño del modelo) que a garantizar su seguridad, y 3) esto se produce en el momento en que el mundo se parte en bloques y las democracias están en retroceso. Bailamos sobre un volcán de disrupción, pero, ¿estamos construyendo IAs alineadas con valores humanos y democráticos? No creo en escenarios apocalípticos, de toma de control del mundo por una IA perversa. Pero me aterra que humanos perversos o irresponsables tomen el control de las IAs.
(Foto: NASA)
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