Para explicar la innovación utilizo el símil de escalar una montaña. El acceso a la base es sencillo. El pie de la montaña es un espacio saturado, lleno de empresas indiferenciadas. Es un “océano rojo” repleto de rivales, teñido de sangre de los competidores. El pastel del océano rojo está ya repartido, aunque podemos malvivir luchando por las migajas. Sin embargo, alguien pondrá la vista en la cumbre, detectará una oportunidad (una nueva combinación de producto, mercado o modelo de negocio), y tendrá el coraje de ascender, aunque ello conlleve riesgo, y requiera energía emprendedora. Te puedes caer, pero si conquistas la cima, tienes la posibilidad de acceder a una posición única, y de atrincherarte ahí. Arriba puedes hallar un océano azul, un espacio de mercado inexplorado. Esa es la esencia de la innovación estratégica: conquistar posiciones singulares, desarrollando factores de diferenciación exclusivos. Michael Porter (Harvard) decía que las empresas tienen dos opciones estratégicas básicas: o hacen lo mismo que el resto (y reducen precios para que alguien les compre), o hacen cosas diferentes para obtener márgenes superiores (a riesgo de equivocarse y fracasar). O compiten en precio (rojo) o compiten en valor (azul). O se conforman en la base de la montaña, o intentan asaltar la cumbre. O mejoran hasta la extenuación, o innovan para diferenciarse. Steve Jobs afirmaba que la diferencia entre un líder y un seguidor está, precisamente, en la innovación. El camino a la cumbre pasa por demostrar que esa idea novedosa es factible técnicamente, viable económicamente y deseable por un colectivo de usuarios. Gestionar la innovación es gestionar el riesgo de la subida a la montaña.
La base, el océano rojo, es zona de confort: seguimos con nuestros clientes y con nuestros procesos clásicos. Cada día repetimos las rutinas del día anterior, esforzándonos en ajustar precios y ser más eficientes. La mentalidad roja es de mejora incremental (“kaizen”), necesaria, pero insuficiente. Podemos vivir un día más con algo menos de oxígeno, pero el océano rojo es una trampa autodestructiva. Cuando dos marcas de coches fabrican dos vehículos casi idénticos (misma forma, misma potencia, misma tecnología y mismo consumo, que van al mismo mercado al mismo precio), con el fin de atraer la atención del consumidor una marca lanzará un descuento del 10%. Al día siguiente, la otra hará lo mismo. Y ellas solas autodestruirán el 10% de su valor, sin interferencias externas. Según Henry Chesbrough (Berkeley), innovar es arriesgado, pero no hacerlo es letal. Y no digamos cuando alguien irrumpe en escena ofreciendo lo mismo por un plato de arroz (cosa que le ha pasado a la industria europea y norteamericana ante la emergencia de China).
La innovación azul, sorprendentemente, se adhiere a ciertos territorios. Hay países que desarrollan economías de innovación azul. Son las blue innovation nations. ¿Qué hace posible que en algunas zonas emerjan sistemáticamente sólidas compañías de base científica, que escalan con velocidad a los mercados globales? ¿Por qué Taiwan, o Corea del Sur, cuyo PIB per cápita era menor que el de Ghana en 1960, son hoy un vergel de fabricación de semiconductores? ¿Por qué Israel, la startup nation, tiene más de 90 empresas cotizando en el Nasdaq? ¿Están tocados por la mano de Dios? Estocolmo, Helsinki, Oberbayern (Alemania), Hovedstaden (Dinamarca) y Zurich (Suiza) son las regiones más innovadoras de Europa. Irradian innovación azul. En ellas, hay densas redes de PYMEs campeonas ocultas, líderes globales en productos tecnológicos. ¿Es por casualidad? No: alguien ha desplegado políticas públicas que, como cuerdas, facilitan la ascensión de emprendedores y empresas a la montaña de la innovación azul. Hay territorios que proporcionan “sherpas” (centros tecnológicos) de apoyo a los que quieren subir a la cumbre. Hay naciones que ayudan a cubrir el riesgo del ascenso con buen equipamiento y acceso a recursos (conocimiento o financiación preferente). Cuando un territorio dispone esos mecanismos, la proporción de empresas que conquistan océanos azules es mucho mayor, y su economía se torna rica y competitiva.
Hace pocos días supimos que China ha superado a EEUU en publicaciones científicas en el exigente índice Nature. EEUU no se resigna: su economía está experimentando un boom de resurgimiento de industria e I+D, gracias a contundentes programas de apoyo para recuperar la innovación azul. El poder global se va a dirimir en el control de océanos azules tecnológicos. En un mundo en que los sistemas de I+D se tensionan rápidamente por el efecto de la competencia estratégica entre China y EEUU, nuestra innovación sigue siendo pálida. Euskadi, Madrid y Catalunya, líderes aquí, ocupan las posiciones 93, 100 y 108 del ránking de innovación de la UE, sobre un total de 240 regiones. Debemos aspirar a más.
¿Estamos facilitando a nuestras empresas y emprendedores el camino a la innovación azul? Una administración lenta, lastrada por la burocracia y la inflexibilidad, puede arrastrar a una economía hacia el océano rojo. ¿Qué se hizo de los Next Generation? ¿Cuántas PYMEs, campeonas ocultas, están desarrollando proyectos de frontera tecnológica con esos fondos, pensados para que Europa compita en azul? ¿Cuántos grandes proyectos de compra pública se dirimen en clave de excelencia tecnológica, en lugar de coste? ¿Cuántos se orientan hacia la creación de clústeres azules, de alta tecnología, como ocurre en EEUU con sectores estratégicos? El mundo se encamina a una era de innovación azul. Aplicaciones de IA generativa, como ChatGPT, son la punta de un iceberg del inmenso océano azul que se gesta a nivel global, sobre las apuestas estratégicas de las naciones líderes en ciencia y tecnología. Mientras esto ocurre, asistimos resignados a los pobres resultados de nuestros estudiantes de primaria en las pruebas de matemáticas o comprensión lectora. Si no ponemos remedio inmediato quizá sí que al final, en algunos lugares, acabemos todos sustituidos por algoritmos y robots.
(dibujo hecha por una IA, Imagine AI)
Estamos en tiempos de elecciones, a ver si alguno de nuestros líderes políticos nos concreta sus planes de trabajo en el campo de la tecnología y de las pyme, donde de verdad nos jugamos el futuro de nuestros hijos y nietos.