Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, la inversión en I+D de la economía española es de 19.325 millones de € (unos 21.295 millones de $). Este es el esfuerzo total, público y privado, realizado por parte de TODOS los agentes del sistema de innovación (universidades, centros de investigación, centros tecnológicos, administraciones, startups, PYMEs y grandes empresas) en TODAS las disciplinas de la ciencia y la tecnología (matemáticas, física, economía, energía, ingeniería, biotecnología, computación…). ¿Es mucho o es poco? No podemos valorar nuestro lugar en el mundo si no nos comparamos con el resto. En management, sabemos que cuando la inversión en I+D en una empresa es significativamente inferior a la media de su sector, o bien esa empresa tiene un modelo de negocio revolucionario; o el fin de la misma está a la vista. Lo mismo pasa con las sociedades: cuando un país invierte sensiblemente menos en I+D que su entorno, o se conforma con un modelo de negocio alternativo (¿sol y playa?) o el final del bienestar está cercano.
Para empezar, veamos cuál es la tendencia de esa inversión: en un año, la economía española ha pasado del 1,43% de I+D como fracción del PIB al 1,44% ¡Una centésima! A esa velocidad de crucero, tardaríamos unos 460 años en llegar al nivel de Israel (el país con mayor intensidad tecnológica del planeta), 360 en ser como Corea del Sur, 150 para alcanzar a Alemania, Japón o EEUU, 100 años para China y 60 para estar en la media de la UE. Y los otros no paran. Una brutal masa de inversión se ha movilizado al ritmo de los últimos acontecimientos internacionales: en el último año, las 2.500 empresas globales con mayores presupuestos en I+D han incrementado en 140.000 millones su esfuerzo (7 veces toda la I+D de la economía española). 5 de esas empresas (Microsoft, Apple, Meta, Google y Amazon) superan (algunas incluso doblan) toda la inversión anual de la economía española en I+D. Hoy, 8 de las 10 mayores corporaciones por capitalización bursátil son tecnológicas. Su valor es de 12,6 billones: 9 veces el PIB español. En el universo de la I+D, somos muy pequeños.
Y, ¿cuáles son las estrategias nacionales que impulsan esas inversiones? La economía china ha alcanzado un esfuerzo de 456.000 millones (unas 22 veces la inversión de la economía española). Recordemos que hace dos décadas en China prácticamente no existían actividades de I+D. Además, lo están haciendo de forma planificada, con visión a largo plazo, y con intención de controlar áreas críticas de la tecnología. Las autocracias no investigan solo para satisfacer la curiosidad humana. Investigan para controlar los mercados, las sociedades y los sistemas de energía, defensa y ciberseguridad. En Shenzhen, una simple aldea de pescadores hace muy poco (hoy, el Silicon Valley chino), se están volcando 100.000 millones en desarrollo de 6G, computación cuántica, vehículos inteligentes e IA. Como resultado, China superó a EEUU en producción científica en 2022; y ha pasado por delante de EEUU en publicaciones de excelencia en el índice Nature en 2023.
EEUU recoge el guante. En su primer discurso en el Congreso, el presidente Biden proclamó “no hay ningún motivo para que las aspas de un molino eólico se fabriquen en Beijing, y no en Pittsburgh”. Dos años después, están en marcha agresivos planes de reindustrialización y reconcentración de I+D. América ha vuelto. Hay consenso entre demócratas y republicanos en mantener contundentes planes de apoyo financiero a esas actividades. Durante 30 años, cuando creíamos que el mundo iba a ser un gran mercado estable y homogéneo, las decisiones estratégicas se tomaban en base a coste (“pondría mis empresas en balsas y me las llevaría al lugar más barato”, declaró Jack Welch, directivo del siglo en 1999 según Fortune). Ahora, priman la seguridad, la proximidad y la protección: aseguramiento de los suministros estratégicos, desarrollo del talento local, y control de tecnologías clave en industria, clima o defensa (como la IA, los microchips o las renovables). En la web de la Casa Blanca, como un vibrante seguimiento de la Champions, se actualizan las inversiones en tiempo real. Hoy: 640.000 millones (equivalentes a 30 años de I+D en España).
Si el foco de los mapas geopolíticos del siglo XX eran las fuentes energéticas, hoy lo son los superclústeres de I+D. Asia también construye los suyos. Corea del Sur (un país con una población y un PIB similar al español) ejecuta disciplinadamente una inversión de 450.000 millones para alzar el mejor ecosistema de fabricación de chips del mundo. Samsung, está creando un megahub en ese país, con una inversión prevista de 230.000 millones. A Singapur van a parar el 15% de las GPUs (procesadores avanzados) de NVidia, empresa líder en IA. Pronto, la riqueza de un país dependerá de su densidad de GPUs.
Las dos grandes fuerzas que han movido el mundo en las últimas décadas (globalización y cambio tecnológico) se han desacoplado definitivamente. La primera, involuciona. La segunda, acelera exponencialmente. La vieja idea del mundo como un gran mercado único ha saltado por los aires. Ganan peso los estados, y se desvanece el periodo histórico conocido por Globalización. Amanece una Era Tecnológica, y eso se constata en las estadísticas globales de I+D. Según el Banco Mundial, la inversión media en I+D sobre PIB en el mundo se ha disparado, y alcanza el 2,71% (recordemos: España está en el 1,44). Eso significa que las grandes economías están volcando cantidades históricas en I+D. Saltamos de un viejo ciclo agotado, hacia un nuevo ciclo cuya fuerza directora es una potentísima corriente de cambio tecnológico. En un mundo que se divide entre países generadores de tecnología y países dependientes, haber alcanzado un grado de industrialización avanzado no nos garantiza la transición espontánea a la economía de la I+D. Deberemos adaptarnos a un nuevo contexto cuya clave competitiva va a ser el control de la propiedad intelectual, y el esfuerzo y eficiencia en I+D. La lentísima evolución de nuestras inversiones, la terrible fuga de talento que sufrimos, o los pobres resultados en PISA no auguran lo mejor.
Artículo originalmente publicado en La Vanguardia. Imagen: Dall-E