En un reciente monográfico, The Economist se hacía eco de los extraordinarios avances en tecnología solar. Este año, el mundo fabricará más de 70.000 millones de células solares (básicamente, en China) que, una vez instaladas, producirán energía a coste marginal prácticamente nulo. Sin contaminación y en silencio, esas células permanecerán durante años generando electricidad natural. Se fabrican con silicio, uno de los elementos más abundantes de la tierra. El ritmo de expansión de esa energía, cuya eficiencia está llegando a límites considerados imposibles hasta hace pocos años, es exponencial: cada 12 horas se instala en el mundo un nuevo Gigawatio de energía solar, equivalente a lo necesario para alimentar una ciudad de tamaño medio-grande. A principios de los 2000, se requería un año entero para instalar esa potencia. Cada día, en media, se despliegan instalaciones silenciosas y limpias para abastecer energéticamente a un millón de personas. Según la Sociedad Internacional de Energía Solar, en 2026 la luz del sol generará más electricidad que todas las plantas nucleares del planeta.
El cambio tecnológico es la fuerza de progreso más poderosa del mundo y de la historia. Cuando una tecnología se expande, se ganan economías de escala y aprendizaje, y se hace más eficiente y barata, lo que facilita con mayor rapidez su adopción y extensión en un bucle positivo. Nos encontramos en una era de desarrollo tecnológico exponencial. Disponemos de información infinita en internet, a coste marginal cero. Tenemos ocio digital inacabable, a costes muy bajos (streaming, videos, podcasts, ebooks, juegos, música). Se está liberando una potencia computacional masiva, accesible vía cloud. Avanzamos hacia escenarios de energía renovable abundante y barata. También de medicina digital, producción 3D e inteligencia artificial (IA) extendida. El progreso es extraordinario, en todas las disciplinas: en 15 años, el coste de las baterías eléctricas ha caído en un 90%. En biología, nuevas técnicas de edición de genes abren posibilidades increíbles en la cura de enfermedades, mejora de cultivos o nuevos procesos industriales eficientes y sostenibles. Decodificar el primer genoma humano costó miles de millones, pero hoy se puede obtener el ADN de una persona por 100 €, avanzando hacia la extensión de la medicina genética personalizada. El coste de la carne crecida en laboratorio a partir de células madre se reduce (se calcula que, hacia 2030, se equiparará al de la carne convencional). Tendremos sistemas alimentarios que generarán carne como software, de forma silente, limpia y barata. Y hoy, la IA está creando una revolución científica, ayudando a plantear nuevas hipótesis, descubrir materiales inéditos, resolver problemas matemáticos, optimizar redes energéticas o desarrollar nuevos fármacos. La ciencia es crucial para el progreso, y jamás como ahora se han invertido tantos recursos en I+D. La interacción entre los descubrimientos científicos y la innovación aplicada nos acerca, sorprendentemente, a un mundo de abundancia. Por primera vez en la historia poseemos conocimiento para crear prosperidad compartida casi ilimitada. Sin embargo, el mundo se convulsiona en olas de tensión social, fragmentaciones, populismos, desigualdades y liderazgos autoritarios. ¿Qué está fallando?
El economista John Maynard Keynes introdujo el término “desempleo tecnológico” en 1930. Anticipó un escenario paradójico: hacia 2030, la tecnología habría permitido solucionar todos los problemas materiales y productivos de la humanidad. Gracias a la tecnología, se podría producir de todo, a coste prácticamente cero. Pero esa producción se haría básicamente con máquinas, sin humanos. ¿Qué pasaría si tuviéramos de todo para todos, excepto un empleo? ¿Estamos llegando a ese “punto de Keynes”? Harari, historiador israelí, alertaba de la emergencia de una “clase inútil” (useless class, segmento de personas expulsadas del mercado de trabajo a causa de la automatización, e incapaces de adaptarse a las nuevas tecnologías). Quizá las nuevas tecnologías creen nuevos empleos, pero ¿dónde? Cuando se produjo la revolución industrial, la gran masa de trabajo agrícola se desplazó a la industria. Con la creciente automatización de la misma, quedaron los servicios como gran reserva de trabajo humano. Si la IA realiza tareas cognitivas crecientes, ¿qué quedará para las personas? Otro economista, Brian Arthur (Stanford), alertó de la extensión de una “segunda economía” virtual, con empresas que operan mediante algoritmos y robots, distribuyen con coches autoconducidos y drones, toman decisiones con IA, y generan beneficios, sin intervención humana. Una “segunda economía” digital de peso creciente, silenciosa e invisible de la cual los humanos estemos excluidos. Si nos encaminamos a un mundo sin trabajo, ¿qué sentido tendría la economía en sí misma?
Y llegan nuevas oleadas de robots. Las grandes corporaciones tecnológicas han identificado un nuevo e inmenso océano azul: la convergencia entre la IA generativa y la robótica dará lugar a revolucionarias gamas de robots inteligentes y flexibles con aplicaciones en producción, logística, atención sanitaria o doméstica, restauración u hostelería. Humanoides con cerebros ChatGPT, que interactúan en lenguaje natural y aprenden de la experiencia. Empresas como Open AI, Tesla o Nvidia se han lanzado a desarrollar proyectos de ese tipo. Elon Musk habla de vender “miles de millones” de robots inteligentes en los próximos años. Mientras, China instala ya 300.000 robots convencionales por año en sus líneas productivas para compensar su caída demográfica e incrementar su productividad.
¿Hacia dónde vamos? ¿Abundancia o precariedad? ¿Utopía o distopia? Lo positivo es que, por primera vez, depende de nosotros. Tenemos los medios de conocimiento e inteligencia para resolver muchos de los problemas productivos, sociales y medioambientales que nos acucian. Pero no sabemos organizarnos. Seguimos instalados en el lenguaje y las fórmulas del pasado. Nuevos debates, nuevos liderazgos y grandes innovaciones sociales son precisos, con urgencia, para resolver esta encrucijada.
Foto: ChatGPT
Artículo original publicado en La Vanguardia
Enhorabuena Xavier, qué fácil explica la tecnología para lectores como yo que le cuesta comprender la IA y todos sus derivados.
Muchas gracias, Francisco! Un abrazo.