Un blog para los apasionados de la Innovación 6.0

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¿Quién se ha llevado nuestra productividad?

La economía está siendo capturada por una “segunda economía” digital, invisible y silenciosa, formada por algoritmos, centros de datos, robots, y sistemas automáticos capaces de producir, procesar, distribuir, tomar decisiones y ganar dinero cada vez con menor intervención humana. Una economía global, automática y digital, sin humanos. Este escenario fue descrito por el profesor Brian Arthur para la consultora McKinsey. ¿Cuál sería la productividad de esa economía? Técnicamente, sería infinita en relación a las horas trabajadas. En realidad, económicamente, sería nula: en el límite, el modelo colapsaría por falta de demanda. Las personas expulsadas del sistema económico no consumirían por no disponer de renta. Los robots y algoritmos, tampoco. Nadie compraría nada en esa “segunda economía”. Quizá ello contribuya a explicar la famosa “paradoja de Solow”, uno de los economistas de mayor impacto en el último siglo, quien postuló que “los ordenadores están en todas partes, excepto en las estadísticas de productividad”. Somos improductivos pese a que “todos llevamos un supercomputador en el bolsillo” (McKinsey). No es fácil explicar la falta de productividad que afecta a las economías occidentales, especialmente a la española, a pesar de disponer de un nivel relativamente alto de digitalización y conocimiento. Están pasando muchas cosas a la vez, que afectan a nuestro modelo económico, y que no alcanzamos a comprender. Consideremos la substitución de la máquina fotográfica de carrete químico por la fotografía digital. Antes se revelaban millones de carretes (¿recordamos cuando -no hace tanto- hacíamos solo 36 fotografías durante las vacaciones?), y eso daba trabajo a mucha gente. Hoy, esos puntos de venta y revelado han desaparecido, aunque millones de fotografías circulan por las redes digitales y se almacenan en memorias electrónicas. ¿Dónde está la parte de PIB que generaba ese negocio? La fotografía se ha convertido en un bien virtual, de coste marginal cero. Técnicamente, la productividad se ha incrementado, aunque en la práctica ese PIB se ha desvanecido. Ha quedado engullido por la “segunda economía” de Brian Arthur. Consideremos ahora la substitución de cajeros humanos por autocajeros en los supermercados (el cliente pasa los códigos de barras por los productos que ha comprado, y paga mediante tarjeta de crédito o débito). ¿Se incrementa la productividad, medida en valor cobrado/ hora? Seguramente no.  El cliente es más torpe que el cajero humano. Pero hay un cambio en el modelo de gestión, y se substituye un coste fijo (los salarios) por las amortizaciones de una inversión (los cajeros digitales). Sin embargo, ¿qué pasa con las personas expulsadas del mercado de trabajo? Si compraban en ese supermercado, ya no lo harán porque no dispondrán de renta. Si extrapolamos el modelo al límite, ¿ese supermercado vende más o vende menos, si nadie pudiera comprar? El cambio tecnológico no siempre supone un incremento de productividad en el negocio preexistente, sino que la redistribuye en los territorios y en las cadenas de valor. Gana quien produce y controla la tecnología. Sobrevive quien es capaz de adoptarla rápido. Muere quien no se adapta. Y, en muchas ocasiones, el usuario final es coproductor altruista (con su trabajo y sus datos), de los nuevos modelos de negocio.

En la empresa, hay muchos factores que explican la debilidad de la productividad. Uno de ellos es inherente a la eficiencia de la digitalización. Muchos procesos de transformación digital fracasan, simplemente porque el concepto es erróneo. No podemos “transformarnos” digitalmente como si nos tomáramos una pastilla y nos despertáramos “digitales”. La evolución tecnológica es constante, así que, cuando acabemos nuestro proyecto de “transformación” deberemos replantearnos de nuevo si ya estamos obsoletos. Nuestra relación con la tecnología debe ser de co-evolución permanente, no de “transformación” súbita. Además, no hay nada más improductivo que digitalizar procesos obsoletos. No hay digitalización eficiente sin rediseño radical de procesos, y sin situar al usuario en el centro. Todos hemos sufrido servicios administrativos donde la digitalización parece ser más una excusa para alejar el trato personal al ciudadano que un instrumento de productividad y excelencia. ¿Por qué nuestras administraciones no se digitalizan con la claridad, calidad y usabilidad de Amazon o Apple?

En los déficits de productividad cuenta también el peso excesivo de los sectores de bajo valor añadido. Aunque la economía crezca, no podemos esperar la misma productividad (valor creado por hora trabajada) en un repartidor en bicicleta, que en un técnico de semiconductores o de una empresa biotecnológica. No es lo mismo generar PIB con empleos de calidad que con microempleos precarios. Hay que modular la dirección del crecimiento, o diseñaremos una sociedad de “working poors”, trabajadores pobres que no llegan a fin de mes. Así que hay que generar contextos que faciliten el crecimiento de sectores de alta tecnología, pues los mercados, por si solos, ya no determinan la ubicación de las fábricas avanzadas y de las fuentes de empleo de calidad. La geopolítica ha vuelto; y con ella la necesidad de estrategias competitivas de innovación y de productividad. The Economist ofrecía una explicación añadida al enigma de la productividad: los países occidentales han apostado por un modelo de I+D con división del trabajo. La investigación se hace en centros públicos, y las empresas (si quieren y pueden) ya utilizarán ese formidable stock de I+D que yace en universidades y centros de investigación. Pero el modelo no funciona: para incrementar la productividad de la economía hay que activar especialmente la I+D industrial, directamente vinculada al sistema productivo. Europa quería exactamente eso con los fondos Next Generation. ¿Cuántos de esos fondos están asignados a proyectos que van al corazón de la productividad industrial? Corremos el riesgo de que se ejecuten, a toda prisa, dentro del perímetro de las instituciones públicas, sin conexión con los mecanismos reales de productividad. Por último, el tamaño importa: si el tejido económico está formado básicamente de pymes; y si los mercados están fragmentados, será imposible ganar economías de escala para incrementar la productividad (indispensable para incrementar salarios).

¿Quién se ha llevado nuestra productividad? La dependencia tecnológica de terceros, la falta de dimensión empresarial, la fragmentación de los mercados y el crecimiento económico low-cost, entre otras cosas. Una consecuencia final es la fuga de cerebros, la marcha de centenares de miles de jóvenes con talento (licenciados, ingenieros, científicos) que, al no encontrar un sistema productivo local que les retribuya como se merecen, tienen que irse, generando un coste de oportunidad y un círculo vicioso del que puede ser muy difícil salir.

(Versión preliminar de este artículo publicada en La Vanguardia)

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