¿Qué está ocurriendo con la inteligencia artificial (IA)? Este verano, las acciones de Nvidia, la joya de la corona del sector, han caído un 30%, y hay rumores de una investigación antimonopolio contra ella. Intel, el líder histórico en chips, cotiza a niveles de 1997. Las empresas de semiconductores se han desplomado en bolsa. Se extiende el miedo. ¿Ha explotado una burbuja? ¿Ha sido todo un gran bluff? En 2008, dos consultores de Gartner escribieron un magnífico libro: “Mastering the Hype Cycle: Cómo escoger la innovación correcta en el momento correcto”. En él modelaban el llamado “ciclo de sobreexpectativas”. Explicaban que las innovaciones disruptivas nacen acompañadas de un flujo de noticias optimistas, que se propagan por los medios y sobrecalientan los mercados. Se abren foros, se organizan conferencias, se escriben artículos y se lanzan programas públicos para su aceleración, que vitaminan o “dopan” oleadas de startups. Los inversores acuden entusiasmados, muchas veces sin entender realmente qué hay detrás, en ocasiones con ánimo especulativo. Las valoraciones se disparan en medio de una irracional exuberancia financiera. Pero la emergente ola tecnológica choca con la realidad. Los inmaduros modelos de negocio no siempre funcionan o no pueden escalarse. Quizá llegan demasiado temprano al mercado. Hay confusión en los estándares y modelos de uso. Se retardan los resultados, y la adopción es más lenta de lo esperado. Entonces, la ola mediática se invierte: se extiende el escepticismo, se amplifican las malas noticias y se propagan las voces críticas. Estalla el ciclo de expectativas, en medio de una fuga de capitales, en el “valle de la desilusión” (2ª fase de Gartner), donde parece que todo se hunde. Pero después, poco a poco, se relaja la atención mediática, las tecnologías maduran y los mejores modelos de negocio y aplicaciones se ajustan y penetran en la economía. Esa “pendiente de iluminación” (3ª fase) nos lleva a un “plató de la productividad”, momento en que consolidan los usos, la tecnología se extiende masivamente, y las empresas líderes alcanzan sus niveles óptimos de valoración.
Hemos vivido diferentes ciclos similares. La inundación de PCs en los 80 no llevó a incrementos de productividad inmediatos, y muchas de las startups iniciales desaparecieron (Commodore, Sinclair, Altair). A finales de los 90, miles de jóvenes dejaban empleos bien retribuidos para montar apresurados negocios online, convencidos de que los clicks en un portal web eran una catapulta para convertirlos en multimillonarios. La burbuja de internet estalló a principios de los 2000, liquidando miles de imposibles e ingenuas startups, y el Nasdaq no recuperó sus niveles hasta 15 años después, aunque en el largo plazo el mercado financiero ha ganado más de 15 billones propulsado por los verdaderos líderes de la ola digital (Amazon, Google o Apple). Hemos sufrido sobreexpectativas con el grafeno, el blockchain o el metaverso. Ya en 1920, el economista ruso Kondratiev modelaba la economía en base a “ciclos” u “ondas” caracterizadas por fases expansivas, iniciadas por nuevas tecnologías disruptivas que hinchan los mercados; seguidas de fases de crisis, ajuste y consolidación donde las innovaciones emergentes se difunden y triunfan los verdaderos líderes sectoriales. La máquina de vapor (1780), el ferrocarril (1830), la electrificación (1880), el automóvil (1930), el ordenador (1980) o internet (2000) generaron ciclos de Kondratiev. Hoy, éstos son mucho más convulsivos y cortos.
¿Ha sido un bluff la IA? No lo creo. Nvidia controla el 80% del mercado de GPUs (procesadores para centros de datos). Ha superado las expectativas de ventas, con más de 30.000 millones y, aunque se está produciendo una corrección, ha multiplicado su valor por 10 en solo 4 años. ¿Puede ser acusada de monopolio? Toda empresa innovadora persigue la exclusividad en el mercado. Quien innova significativamente busca un dominio monopolístico temporal (hasta que consiguen imitarla o substituirla). Si las autoridades consideraran monopolios empresas como NVidia, que ganan ventajas naturales con tecnología punta, cortarían de raíz la innovación norteamericana. Ha habido sobreexpectativas, pero los líderes en chips (AMD, Broadcom, ARM, Qualcomm, ASML, TSMC…) que hoy sufren tanto en bolsa, no son ingenuas startups. Acumulan años de I+D y conocimiento de frontera, generando capacidades únicas, inimitables e insubstituibles. Los chips son los bloques constituyentes de la economía digital, y el mercado no va a hacer otra cosa que crecer. Si esas empresas quebraran, la economía global colapsaría, no solo por sus implicaciones en los mercados, sino también porque son piezas críticas para dispositivos médicos, sistemas energéticos, ciberseguridad o defensa. Es cierto que algunas de ellas han cometido errores. Intel, el líder histórico, quizá cayó en una “trampa de capacidades”: confiado en su dominio en procesadores para PCs, no lideró la ola de los teléfonos móviles, y sufre competencia intensa en centros de datos y IA. Existe una fuerte inestabilidad geopolítica y macroeconómica, con rumores de recesión a la vista, pero esas empresas son extraordinariamente sólidas, y estratégicas.
Se está generando un ecosistema de aplicaciones de IA que todavía es difuso. El camino al mercado es incierto, pero hay algo profundamente transformador en ella. En algunos segmentos, como el desarrollo científico o la medicina, la IA ya penetra con mucha fuerza. La IA generativa nos ha sorprendido a todos: quizá encuentre aplicaciones más rápidas en tareas creativas y asociadas a la intuición que en tareas analíticas y de cálculo. Muchas nuevas startups morirán, en un proceso dinámico de destrucción creativa. Pero en poco tiempo, posiblemente todo dispositivo electrónico que no incorpore una interfaz de IA estará obsoleto. Eric Schmidt, ex CEO de Google anticipa inversiones de más de 300.000 millones de los gigantes digitales en centros de IA. También dice que Europa está demasiado ocupada regulando como para ser relevante en todo esto. Suerte que Draghi intenta despertarnos de nuestra letal somnolencia.
(Artículo original publicado en La Vanguardia)