La guerra comercial disparada los últimos días entre EEUU y China es la culminación de un proceso que se está gestando desde hace más de una década. En 2016, todavía bajo la administración Obama, los EEUU frustraron la adquisición del fabricante de semiconductores alemán Aixtron por parte de un fondo de inversión chino. Antes, en 2015, Obama prohibió a Intel, Nvidia y AMD la venta de chips para la construcción de un supercomputador en China. Era la tercera vez que un presidente estadounidense emitía una orden ejecutiva similar. La primera, en 1990, cuando George Bush prohibió la venta de MAMCO, fabricante aeronáutico estadounidense, a una empresa china. La segunda, el propio Obama en 2012, cuando vetó la venta de unas centrales eólicas cercanas a una base naval, nuevamente a China. Las respuestas a las reticencias estadounidenses a vender tecnología de semiconductores tuvieron una respuesta «a la China»: en pocos años se levantaron 170 fábricas modernas de chips. Las hostilidades tecnológicas tienen otros precedentes: en 2010 Google y 34 empresas más de alta tecnología denunciaron un supuesto ciberataque chino, con robo de propiedad intelectual. En palabras de especialistas estadounidenses, hay dos tipos de empresas: las hackeadas por los chinos; y las que no saben que han sido hackeadas por los chinos.
Si algunos analistas dicen que el siglo XXI comenzó en 1989 con la caída del muro de Berlín, ahora podrán afirmar que el siglo XXII comenzó en diciembre de 2018, con la detención de la vicepresidenta de Huawei. Se ha levantado un nuevo telón de acero entre dos bloques antagonistas. La supuesta guerra comercial no es tal: es una guerra tecnológica, por el control de tecnologías estratégicas que llevarán al liderato y a la supremacía mundial, entre ellas 5G (de la que Huawei es hoy líder absoluto). El «fin de la historia» que anunció Fukuyama no se ha producido.Cuando pensábamos que las democracias liberales eran el destino final del proceso histórico, y que el sistema combinado de libertad económica y democracia política era el más eficiente, el único posible, y el punto de convergencia de todas las sociedades mundiales, en medio de un irreversible proceso globalizador, ahora emerge un formidable sistema alternativo Un neo -comunismo guiado por innovación tecnológica y autocracia automatizada. Un sistema que crea prosperidad en masa, sin libertades individuales. «¿Por qué necesitamos votar si tenemos tantos datos que ya sabemos qué queremos?», según un ciudadano chino.
Las consecuencias serán incalculables. De momento, a corto plazo, los aranceles y las restricciones al comercio amenazan el crecimiento económico mundial. La decisión de Trump de condicionar las importaciones chinas, y la respuesta china, perjudican directamente a empresas como Apple (que tiene la mayor parte de su cadena de suministro y manufactura en China), Google (que perderá parte de su mercado en los terminales de móvil chinos, como los de Huawei o Xiaomi, y verá inmediatamente como China desarrolla un competidor a Android), o los fabricantes de chips (Intel, Qualcomm o AMD), que ven amenazado también uno de sus principales mercados (la industria tecnológica china ). Por no hablar de la disminución de ventas e incremento de costes creados en la industria automovilística (GM, Ford, Chrysler) y de otras empresas del resto de sectores.
¿Como derivará este conflicto? Creo que realmente se ha inaugurado una nueva era, en la que el paradigma globalizador se revertirá. Dos tecno-nacionalismos gigantes (EEUU y China) se enfrentan en un escenario totalmente digitalizado. Antes, las guerras se dirimían físicamente en campos de operaciones reales. Primero, con ejércitos de línea y, en el último tercio del siglo XX, con guerra de guerrillas. Ahora el campo de batalla es virtual. Y, como pasaría en un conflicto real, las fuerzas se replegarán y se crearán frentes entre las potencias. Internet se podría dividir en dos: la internet de influencia americana (con operadores, agentes, y datos de esta zona de influencia), y la internet de influencia china (también con sus operadores, agentes y flujos de datos propios). ¿Dos internets impermeables? ¿Una trinchera dividiendo el ciberespacio? No lo descartemos.
Pero la fractura puede ir más allá: si el paradigma de progreso actual se basaba en un concepto de ciencia abierta (movilidad de científicos, transparencia y cooperación entre la comunidad científica mundial, que publicaba en abierto sus descubrimientos para fomentar la rápida propagación de los mismos y su contribución al conocimiento global), ahora podría ser que la ciencia se fracturara en dos sistemas cerrados. Ciencia cerrada. EEUU y sus satélites generando ciencia y tecnología para su uso estratégico, y China haciendo lo mismo. Con velocidades diferentes, con secretismo y con conexiones y cooperación inexistente.
Si todo esto es cierto, Europa tiene un futuro complicado. Si todo esto ocurre, Europa puede quedar desconectada de los flujos tecnológicos, de conocimiento, y de progreso globales, cerrados y circunscritos a las dos superpotencias. Convertirse en una especie de Tercer Mundo decadente y precario. Sin la tecnología de los líderes, Europa será un desierto baldío de competitividad. Sólo hay una alternativa: avanzar de forma muy decidida hacia un proceso de integración firme y real. Ganar soberanía tecnológica. Crear masa crítica de conocimiento, tecnología y mercado suficiente para convertirse en el tercer actor relevante, para poder competir al nivel de EEUU y China. Invertir de forma contundente en tecnología e industria del conocimiento. Ante este escenario, me parece escandalosa la miopía política generalizada reflejada en las últimas elecciones y debates electorales. ¿Se ha perdido la perspectiva geopolítica? Europa, last call. No queda tiempo. Ahora o nunca.
(Artículo inicialmente publicado en Viaempresa)