“La mejor política industrial es la que no existe”. Las mejores facultades de economía de EEUU exportaron prestigiosa teoría económica por todo el mundo, postulando que nada es más sabio que la mano invisible del mercado. Miles de economistas se formaron en una concepción de la economía como ciencia pura, buscando la belleza formal a las soluciones de problemas complejos de desarrollo de países y sociedades. La economía se convirtió en una subdisciplina de las matemáticas o de la física, y se percibió como ciencia pura: como la ley de la gravedad, una ley económica que se cumple en un lugar y un momento de la historia, debe cumplirse siempre. Las empresas se comportarían como átomos en gases perfectos, respondiendo a leyes inmutables. Cualquier interferencia humana contaminaría las dinámicas empresariales naturales, que nos conducirían a puntos de equilibrio ideales. Principios económicos de gran calado se inspiraban en modelos termodinámicos: si la energía no se crea ni se destruye (sólo se transforma), los empleos tampoco. Ante un cambio tecnológico, los empleos no se van a crear ni destruir, sólo transformar. Así que, ante la irrupción de la digitalización masiva, la robótica avanzada o la inteligencia artificial, los empleos sólo se van a transformar. Tranquilos, esperemos que los mercados alcancen su nuevo punto de equilibrio. Y, sobre todo, no hagamos política industrial.
Mientras los economistas americanos propugnaban esta doctrina, los ingenieros americanos preparaban misiones espaciales financiadas por el estado, persiguiendo el liderazgo tecnológico mundial. Silicon Valley nace a raíz del esfuerzo militar en electrónica, durante la II Guerra Mundial, crece con la carrera espacial de los 60, y se mantiene todavía hoy como gran hub de compra pública innovadora. A su alrededor, es cierto, florece la actividad privada. Mientras los teóricos matemáticos de la economía defendían la no intervención en los mercados, la NASA ha invertido el equivalente a un millón de millones de dólares en los últimos 50 años en tecnologías estratégicas, gran parte de los cuales iban discrecionalmente a corporaciones tecnológicas norteamericanas, que se situaban en la frontera del conocimiento en semiconductores, computación o materiales gracias a esos proyectos. Mientras propugnaba doctrina neoliberal por el mundo, EEUU inyectaba miles de millones en una dimensión clave de la competitividad: la tecnología. En 2019, la NASA mantiene un presupuesto de 20.000 millones de dólares (el conjunto de la economía española realiza un esfuerzo en I+D de 15.000 millones)
Pero Europa se tragó el mantra. No ha hecho política industrial en los últimos 70 años (el último gran error ha sido la prohibición de la fusión de la francesa Alstom y la germana Siemens para crear un campeón nacional europeo capaz de enfrentarse a chinos y norteamericanos). Y la política tecnológica ha sido poco más que una broma. Restringidas y burocratizadas, las ayudas europeas a la I+D, canalizadas a través de líneas como el VII Programa Marco u H2020 iban más destinadas a generar conocimiento de per se (lejos del mercado, no vaya a ser que interfiera en el mismo, como propugnaba la doctrina neoliberal), o a fomentar las relaciones culturales y la cooperación (forzando proyectos de geometrías complejas con socios exóticos) que a generar de verdad ventajas competitivas empresariales. Sólo se ha tomado parcialmente en serio la política científica (más “pura” que la política tecnológica y, desde luego mucho más “noble” que la política industrial, destinada a generar beneficios a alguien -aunque con ellos, se generen también empleos-). Pero los avances en ciencia europea han sido a menudo más aprovechados por empresas norteamericanas que por empresas europeas, atrapadas en la trampa de la “falta de transferencia tecnológica”, que ocurre siempre que se estimula la oferta (creación de conocimiento) despreciando la acción sobre la demanda (absorción de dicho conocimiento).
Ahora el mundo despierta. China no tiene contemplaciones en crear campeones nacionales (véase el caso Huawei). Estados Unidos ve que su esfuerzo tecnológico no es suficiente, y aprieta el acelerador (de forma errónea y defensiva, intentando cerrar mercados con aranceles), y de forma ofensiva relanzando programas estratégicos de política tecnológica (como la orden ejecutiva de Trump de promoción de la Inteligencia Artificial). Y Europa se da cuenta, atónita, de que le han estado tomado el pelo durante medio siglo.
Como dice Mariana Mazzucato, “para ser como los líderes hay que hacer lo que hacen los líderes, no lo que dicen que hacen”. Estados Unidos no hacía lo que decía ni decía lo que hacía. China lo declara abiertamente, sin pudor: en 2049, cuando se cumpla un siglo de la revolución china, el país del dragón quiere ser el “poder hegemónico que liderará los mercados mundiales”.
La nueva competición de bloques disparada entre China y EEUU inaugura un nuevo mundo bipolar. Pero, paradójicamente, puede ser una nueva era dorada de innovación. Fue durante la Guerra Fría cuando nacieron disrupciones como el ordenador, internet o la telefonía celular. Se va a multiplicar el esfuerzo tecnológico, y la política industrial vuelve a estar en la agenda de las naciones. Ojalá Europa pierda ahora su inocencia. No tendremos demasiadas oportunidades más para ello.
¡Excelente entrada Xavier! ¡No podría estar más de acuerdo! Europa lleva mucho tiempo sumida en un estado de letargo y autocomplacencia, pensando más en teorizar sobre la innovación que en aplicar políticas verdaderamente efectivas para no quedarse atrás. Ha llegado el tiempo de despertar y buscar fórmulas que ayuden a que Europa recupere aquello que perdió antes de la Segunda Guerra Mundial: el liderazgo tecnológico e industrial.
Mi humilde opinión es que en Europa, hace tiempo ya que sucede, se ha difundido la idea de que la intervención del estado en asuntos de economía y empresa implica, por definición, restricciones y cortapisas al funcionamiento del libre mercado.
Se olvidan de mencionar que el estado también cumple otras funciones además de la reguladora y la fiscalizadora, como son la promotora o la protectora de las industrias locales. En el caso de la UE, no aprovechar las posibilidades que un mercado común ofrece más que en la adquisición y comercio de mercancías sin restricciones fronterizas ni fiscales, es una pérdida enorme.
Los economistas no trabajan solos, como bien sabemos en la industria y en otros sectores, trabajan en equipo, con informáticos, con ingenieros, con matemáticos, con físicos etc. Por este motivo aplican parte de la teoría económica que creen adecuada según la estructura empresa y del país. La política industrial siempre ha existido, encubierta o no en EEUU, aplicando la ingeniera económica de sistemas en China. Europa esta claro que lo sabe, el problema es como poner de acuerdo decenas de países,con “culturas” económicas-industriales-de innovación tan diferentes, sin políticos preparados que marquen unas directrices claras…Creo que si primero no hay una institución independiente europea, que aplique la prospectiva, con teoría de sistemas, con enfoques geopolíticos y geoestratégicos, con la actual representación política en Esp y en otros paises, el panorama es muy sombrío. Ya sabemos como acabo aquí el INI, hay que hacer política industrial, pero muy bien estudiada. Por otro lado ¿Hay confianza y mentalidad para cooperar? ¿Hay confianza para agrupar empresas y tener un tamaño óptimo? .. recuerdo el articulo de Juan-José López Burniol sobre JMLara de planeta: “ Se permitió criticar a la burguesía catalana denunciando “la incapacidad de la mayoría de los empresarios catalanes para asociarse y así aumentar la dimensión de sus empresas (…) para acometer proyectos que tengan poder de decisión”.Lara …..otro detalle:“ Gastamos menos del 1% del PIB en ese determinante elemento, frente a valores entre el 2% y el 4% de los países más avanzados de Europa, Asia o América. Por todo lo anterior, no sorprende que el BCE (Occasional Paper Series, nº 203, diciembre 2017) haya estimado que, desde la entrada en el euro, nuestra convergencia hacia la renta media europea se haya estancado. ¿La razón? Caída o bajo crecimiento de la PTF los últimos veinte años.”Josep Oliver
Creo que Europa hace años que es consciente de ello, el problema es que no debe encontrar la formula para guiar una política industrial común, es un tema muy difícil con tantos intereses diversos de cada empresa relacionada con su país y con los intereses de los propietarios de diferentes países que tiene como coprietario en cada empresa europea. No existe un liderazgo único, tipo presidente de unos estados unidos federales de Europa, existe como bien sabéis una comunidad que empezó con una unión monetaria, el ejemplo de la unión bancaria es claro, si empezó fue como consecuencia de la crisis 2007-2017, sin la crisis quizás no se hubiese avanzado, por esto una necesaria política industrial común requiere de acciones de muy alto nivel, con una verdadera cooperación.
Europa arrastra los problemas sin solucionar, derivados de no cumplir los requisitos necesarios para ser un Área Monetaria Óptima (AMO) respecto a la unión fiscal, con una política fiscal común, por los choques asimétricos etc, como exponen Guillermo de la Dehesa, Paul Krugman Paul de Grauwe y Robert Mundell quien demostró que Europa no era un AMO y advirtió del peligro de aplicar una política monetaria única en estas circunstancias, al no haber una movilidad total del trabajo, del capital y de la tecnología. Mi pregunta es ¿seria necesaria una institución europea que creara las bases de esta unión industrial?
https://blog.realinstitutoelcano.org/el-regreso-de-la-politica-industrial-mas-europea-que-europeista/
Europa tendra que realizar su new deal verde? La posibilidad de que el viento del Este prevalezca sobre el del Oeste no está, pues, en China, sino en Estados Unidos. Es allí donde importantes sectores progresistas y buena parte del Partido Demócrata acarician la idea de sustituir la economía de mercado por otra muy parecida al capitalismo dirigista de los comunistas chinos. Su proyecto de un Green New Deal , de llevarse a cabo, supondría pasar al sector público entre un 58% –estimación baja– y un 84% –estimación alta– de la economía nacional. Si se añade el 25% que actualmente maneja el Gobierno federal, la economía privada desaparecería o se vería reducida a la marginalidad.https://www.revistadelibros.com/resenas/george-magnus-red-flags-why-xis-china-is-in-jeopardy-julio-aramberri