Japón desarrolló un potente sistema de innovación organizativa basada en la mejora contínua. Fue llamado “kai-zen” (algo así como mejora por el cambio). El kaizen permitió a la industria japonesa resurgir de las cenizas de la II Guerra Mundial, desarrollar sectores globalmente competitivos (como los de automoción o electrónica de consumo) y batir a los grandes rivales norteamericanos y europeos, hasta convertirse en la segunda economía mundial, sólo superada recientemente por China. Japón es un gran ejemplo de como un país arrasado, desmoralizado y con una economía en ruinas tras la guerra, es capaz de superarse disciplinadamente, trabajar con rigor y elevar su estándar de vida de forma sostenida. A ello, por cierto, no son ajenas las sólidas políticas industriales desplegadas por sus sucesivos gobiernos.
Su estela ha sido seguida por otros países asiáticos: Hong Kong, Singapur, Taiwan, Corea del Sur, y, más recientemente, China. Ninguno de ellos tenía condiciones de partida favorables. Ninguno de ellos tenía recursos naturales comparables a los del África Subsahariana. En los años 50, Corea del Sur o China eran tan pobres como Sudán, Níger o Zambia. Sin embargo, han sido capaces de desarrollar marcos institucionales, estrategias de largo plazo y políticas de incentivos orientadas a potenciar su única riqueza natural: el capital humano. Hoy están convergiendo de forma acelerada con las economías más avanzadas, y superando a los países occidentales.
En cambio, los antiguos líderes se tensionan y fragmentan impulsados por todo tipo de populismos, desde el Brexit hasta Trump. La desigualdad se extiende de forma imparable por el planeta. El poder adquisitivo en las economías avanzadas se ha congelado hasta niveles de principios de los 90. El 75% de los hogares han visto disminuidos sus ingresos en la última década. El Sur de Europa sufre tasas atroces de paro juvenil. El anímico crecimiento económico no genera suficiente empleo. Se desmantela el estado del bienestar y peligran de forma evidente nuestras pensiones, a la vez que la población envejece aceleradamente. ¿Es sostenible el sistema de pensiones? No es un tema sólo impositivo (distribuir los recursos existentes): no es sostenible si no incrementamos la generación de riqueza.
¿Cómo hacerlo? Volviendo al ejemplo del kaizen japonés, una de las enseñanzas del mismo (cuyas raíces beben de la filosofía taoísta) es el llamado “método de los cinco porqués”. Según el mismo, los problemas son sólo síntomas de alteraciones que tienen motivos no siempre evidentes. Se precisan al menos cinco iteraciones en un problema para llegar a la verdad profunda del mismo, y, por tanto, a la detección de sus causas reales. Sólo así se pueden proponer soluciones eficaces. El método fue desarrollado por Sakichi Toyoda, uno de los padres de la revolución industrial japonesa y cofundador de Toyota; y utilizado por esta organización como parte de su catálogo kaizen (donde también figuraban otras famosas metodologías como el “just-in-time”). Así, si un motor se averiaba, los técnicos se preguntaban el por qué. Porque se ha quemado la bobina. ¿Por qué? Porque se ha parado el ventilador. ¿Por qué? Porque se ha roto la correa. ¿Por qué? Porque ha superado su vida media. ¿Por qué? Porque no se ha cambiado según las especificaciones del fabricante. El resultado: una acción correctiva que indique el cambio obligatorio de la correa con la frecuencia estipulada. Ese defecto jamás se volvería a reproducir.
No hemos aplicado el sabio método de los cinco porqués a nuestra crisis económica y social. Si yo fuera Sakichi Toyoda, me preguntaría por qué existe este malestar que hace tambalear las democracias occidentales. Porque la gente está descontenta y tiene miedo al futuro. ¿Por qué está descontenta y tiene miedo al futuro? Porque peligran sus ingresos. ¿Por qué peligran sus ingresos? Porque no hay suficiente empleo de calidad. ¿Por qué no hay suficiente empleo de calidad? Porque no se dan las condiciones para crearlo. ¿Por qué no se dan esas condiciones? Porque realmente, nadie se está preocupando de ello con intensidad suficiente.
La economía no es un fenómeno atmosférico incontrolable. Es un proceso que se puede modular. Las economías pueden inducir crecimiento y determinar la dirección del mismo. Se pueden recuperar los mecanismos de generación de riqueza. Se puede activar el talento y las inversiones mediante los sistemas de incentivos (las políticas) adecuadas. Otros lo han hecho antes, partiendo de condiciones de extrema pobreza. No es una excusa decir que no hay recursos. La economía que viene requiere intensidad tecnológica. Se puede (y se debe) competir en I+D. Pero hay que poner los medios y las prioridades para ello. Mientras los presupuestos públicos sirvan para cubrir agujeros descontrolados, financiar intermediarios, promocionar medios de comunicación próximos, generar nuevas capas funcionariales, y crear estructuras redundantes de autocontrol, seguirá quedando (como ahora) sólo una parte residual de recursos destinados a actuaciones decididas de cambio de modelo productivo y de I+D, con la escala suficiente para que tengan impacto real en la economía. Hoy, sólo el 1,5% de los Presupuestos Generales del Estado se dedican a este fin. Mientras esto siga así, vaya ahorrando porque nadie podrá pagar sus pensiones
(Artículo inicialmente publicado en Sintetia, el 12/09/2016)