¿Vamos a asistir a un proceso de desglobalización? No lo creo. El mundo está profundamente interconectado, y será difícil romper las relaciones creadas durante décadas de intercambios comerciales, tecnológicos, científicos y educativos. Varias generaciones de estudiantes universitarios, desde los 90, se han formado con una mirada global que será difícil que olviden, más cuando la interconexión digital continúa reforzando las relaciones creadas. Aunque políticamente se polarice, por el planeta circulan corrientes subterráneas de vínculos que no van a desaparecer. Los programas Erasmus han creado redes internacionales que no se borrarán. Y los grandes retos que nos esperan, como el cambio climático requieren una cierta consciencia planetaria. Creo que el proceso de convergencia hacia un estándar económico común, pese a las turbulencias, continuará.
Otra cosa es que se modifiquen algunas de las variables fundamentales del proceso globalizador. En la base teórica de la globalización se encuentran las contribuciones del economista británico David Ricardo, quien introdujo el concepto de “ventaja comparativa de las naciones”, que explica el fenómeno del comercio internacional. Según Ricardo, para incrementar la prosperidad general, lo mejor es ubicar actividades productivas en los lugares donde sea más eficiente producir diferentes bienes y servicios. La eficiencia venía dada por las “condiciones de los factores”, entre ellas coste y disponibilidad de materia prima o capital humano. Así, era mejor producir caña de azúcar en las Antillas y textiles en Londres, e intercambiar comercialmente los excedentes.
Desde la caída del muro de Berlín, era el mercado el que, con su mano invisible, rastreaba incansablemente las ubicaciones más eficientes para las distintas actividades productivas a lo largo del planeta. Las naciones (los Estados) no debían interferir en esa ordenación. En esa distribución espontánea, el mercado tenía en cuenta los costes de producción y de distribución. Así, si en un lugar había disponibilidad de mano de obra barata, ese lugar era destino de localización de actividades industriales. Si los costes de transporte eran elevados, las actividades industriales debían ubicarse estratégicamente cerca de los mercados finales. Bajo este paradigma, buena parte de la industria europea y americana se desplazó a Asia.
Ahora las cosas han cambiado, por múltiples razones. En primer lugar, Asia (especialmente China) se ha desarrollado hasta equipararse a las antiguas economías occidentales. La ventaja en coste ya no es tan acentuada. En segundo lugar, el cambio tecnológico y la I+D favorecen la existencia de actividades de alto valor, cuya dependencia de la geografía es menor: si la industria está automatizada, es menos dependiente del coste laboral, y tiene mayores grados de libertad para ubicarse en diferentes lugares. Si el producto es “de valor añadido” (por ejemplo, microprocesadores, maquinaria de precisión, o dispositivos médicos), su “densidad logística” es mayor (el coste de transportar el producto es muy pequeño respecto al precio, así que no es preciso que se fabriquen cerca de los mercados finales). Llenar un avión de chips electrónicos fabricados en Europa y enviarlos a Asia no repercute en el precio de los dispositivos. No es lo mismo que transportar frutas o zapatillas. De hecho, para acelerar los ciclos de innovación, lo más eficiente es que esas actividades de valor estén cerca de los centros de conocimiento, integrados en clústeres de I+D.
Pero el cambio más trascendente ha llegado con la Covid-19. Ahora nos parece evidente que las naciones han de mantener algunas actividades productivas “estratégicas”. Imaginemos que toda la cadena productiva de alimentación de un país estuviera externalizada a otros países. ¿No sería eso temerario para la estabilidad y la seguridad de ese país? Ahora parece evidente que deben mantenerse y potenciarse industrias estratégicas. ¡Cómo echamos a faltar ahora cadenas de valor locales, rápidas y flexibles, en textiles avanzados, dispositivos médicos, biotecnología o manufacturing aditivo (impresión 3D), entre otras cosas!
Esos días oigo comentarios críticos argumentando que “los empresarios han preferido deslocalizarse”, o que “los gobiernos no deben tomar decisiones sobre localización industrial”. Obviamente, en un libre mercado, las empresas seguirán buscando la eficiencia en costes, y si éstas se dan en otros países, se irán. Otra cosa es que los gobiernos no emprendan acciones para mantener la base industrial estratégica de los países. Ahí hay un amplio margen de mejora y de maniobra, que en España no se ha utilizado. Por mi experiencia laboral, he participado personalmente en muchos proyectos de atracción de inversiones que se han perdido. He comprobado personalmente cómo diferentes países competidores, durante los años de intensa globalización, han mantenido agresivas políticas de atracción y de desarrollo de actividades de alto valor añadido, mientras en España seguíamos creyendo que era «el mercado» quien debía decidir. Sobre el papel, una administración no puede apoyar actividades empresariales. Con una sola excepción, permitida en nuestro caso por las leyes europeas de la competencia: los estados sí pueden incentivar las actividades de I+D empresarial (la UE lo fomenta, para eso está el «Encuadramiento Comunitario a la I+D»). Y eso ha sido aprovechado por algunos países líderes para desplegar sólidas estrategias de competitividad. Inversiones que podrían ubicarse en Barcelona, Madrid o Sevilla, simplemente, se van sistemáticamente a Munich, Helsinki o Seúl porque allí les han ofrecido atractivos paquetes de incentivos, en forma de programas de apoyo a la I+D y cooperación público-privada. EEUU y los países asiáticos despliegan instrumentos de fomento activo y atracción de I+D. No seamos ingenuos, así se han construido los clústeres globales de innovación en esos países, y de eso va a ir la competitividad del futuro.
¿Puede un país permitirse una fuga continua de talento y de tecnología endógena hacia otros lugares del mundo? Creo que no. ¿Puede revertir la situación y crear clústeres locales de talento, tecnología y producción avanzada? Sí, puede. Es cuestión de crear los marcos institucionales y los instrumentos oportunos. Si se crean, el proceso reindustrializador será rápido, pues mantenemos una ventaja comparativa extraordinaria: un país excelente, con buen clima y calidad de vida. Si le sumamos talento y tecnología, seremos imbatibles. Si seguimos con el mantra de que “no hay recursos para ello”, descenderemos a los infiernos (que ya hemos tocado estos días)
De eso irá la nueva globalización: no de deslocalización y de ruptura de relaciones internacionales, sino de competencia feroz por la atracción y concentración de talento, tecnología y capacidad productiva avanzada.
Sóc també de la opinió que aquesta pandèmia ens farà replantejar els models econòmics i socials existents. El coneixement i la tecnologia tindran un pes cabdal en aquest replantejament per poder redefinir models de negoci a nivell de disseny, industrialització, operacions i logístic. No seria sostenible relocalitzar produccions sense ser competitius en cost. Penso que és viable fer-ho amb models on el coneixement i la tecnologia aporti el suficient valor afegit per assolir aquesta competitivitat. Això implicarà que molta gent hagi de saltar a una corva fora de la seva zona de confort. Serà un gran repte i tothom qui pugui aportar coneixement haurem d’ajudar a que tothom pugui sumar-se, generant feines que ara ni se’ns han acudit i tal que tothom pugui sumar. Només això ens permetrà aprofitar per reinventar-nos i créixer de nou exponencialment.
Bona reflexió Xavier, crec que el que dius passarà certament, però segueixo tenint la por si anirem a una bipolarització de la societat, no entre estats o nacions, sino entre gent preparada, alt nivell cultural i de qualificació i la resta del mon ( Yuval Harari dixit).