La tecnología 5G (“5ª Generación de Comunicaciones Móviles”) tiene importantes implicaciones geoestratégicas. 5G es realmente un conjunto de aplicaciones avanzadas de hardware y software, un clúster de tecnologías digitales (microelectrónica, antenas y algoritmos de control) capaces de incrementar la cantidad y la velocidad de los datos transmitidos en órdenes de magnitud respecto a los sistemas precedentes. 5G es una tecnología clave por sus características habilitadoras de un futuro gobernado por la generación, transmisión y procesado de cantidades vertiginosas de datos. Datos que procederán de la sensorización progresiva de ciudades, de flotas de automóviles conectados (y, quizá, autoconducidos), de tráfico de información comercial y personal por internet, de pagos móviles, de posicionamiento de individuos y objetos, de hospitales, de variables fisiológicas, de sistemas financieros y sistemas de control industrial, entre otros. Quizá también datos relacionados con la defensa y la seguridad nacional. La red 5G es la autopista por donde circularan esos datos. No habrá Industria 4.0, ni internet de las cosas, ni sistemas avanzados e interactivos de inteligencia artificial sin redes 5G. Si, como parece, nos encaminamos hacia una interconexión digital total, 5G será imprescindible. La red permitiría captar señales de más de un millón de sensores por Km2, a velocidades superiores al Gbyte por segundo, y apenas sin retardo en las comunicaciones. Muchos más datos, en zonas más densas, a velocidades imposibles hoy, y sin latencia. Imprescindible para sistemas críticos de autoconducción o control industrial, experiencias de alta calidad en entornos de realidad virtual, u operaciones quirúrgicas en la distancia, entre muchas otras aplicaciones.
¿Por qué 5G se ha convertido en un auténtico campo de batalla geoestratégico? La respuesta yace en sus limitaciones técnicas: Si bien es una red ultra-rápida, 5G se sustenta en ondas muy cortas (microondas), sistemas de transmisión de muy bajo alcance, que precisan un despliegue masivo de antenas para dar cobertura a zonas de alta densidad de población. Las inversiones necesarias para crear grandes plataformas 5G que den servicio a áreas urbanas (y no digamos a países) son muy elevadas. La red 5G es un juego posible sólo para grandes players, tanto a nivel de adquisición de la infraestructura (los costes son abismales), como de generación de la tecnología (el esfuerzo en I+D para generar los dispositivos tecnológicos y los algoritmos de control es también muy elevado). Pero, su despliegue es el cuello de botella del cual depende en gran medida el prometido futuro digital de la inteligencia artificial, el big data, el vehículo conectado o la industria 4.0
En este contexto, inesperadamente, emerge una empresa que parece controlar esa tecnología: Huawei. Efectivamente, Huawei es la empresa que mayor número de patentes posee en este campo. Y no sólo dispone de una ventaja competitiva tecnológica. También es, por su dimensión y capacidad de generar economías de escala, la más barata. Por eso, la mayor parte de operadoras de telecomunicaciones del mundo (más de 200 grandes compañías) han empezado a explorar la tecnología de Huawei para dar el salto hacia un escenario digital 5G. El predominio de Huawei en prestaciones tecnológicas y precio podría significar el despliegue masivo de antenas con tecnología china cada 20 metros, en las ciudades de todo el mundo. A través de esas antenas circularían todo tipo de datos personales, financieros, sanitarios e institucionales. Pero China es una autocracia.
Con la emergencia de Huawei la administración Trump se da cuenta, desconcertada, de que una tecnología estratégica de comunicaciones, de la cual depende la futura competitividad digital de las naciones es controlada por una potencia extranjera, potencialmente hostil. Es la primera vez, desde el lanzamiento del Sputnik por la URSS en 1958, que EEUU se ve impotente ante un despliegue tecnológico rival, que no sólo afecta a su país, sino al conjunto de sus aliados. Todo ello en el marco de un progresivo declive del sistema científico, tecnológico e industrial de EEUU tras la última crisis financiera. Bajo esta lógica, Trump impone mediante orden ejecutiva presidencial un veto a cualquier tipo de negocios que pueda realizar una compañía norteamericana con Huawei. Y no sólo esto: Trump inicia una ofensiva en diferentes frentes. El 1 de diciembre de 2018, Meng Wanzhou, CFO de Huawei (e hija del fundador de la compañía) es detenida en Canadá a instancias de EEUU, acusada de colaborar con Irán en asuntos de transferencia ilegal de tecnología). El proceso de extradición no está resuelto todavía. En paralelo, agentes de inteligencia norteamericanos afirman haber demostrado que los equipos de Huawei disponen de “puertas traseras” de comunicaciones que permitirían el espionaje de los datos que circulan a través de ellos. Arranca una guerra de aranceles comerciales que esconde una batalla por la supremacía tecnológica. EEUU insta a sus aliados a deshacerse de tecnología de Huawei, con resultados confusos: Boris Johnson acaba de vetar a Huawei en sus redes 5G, sólo días después de anunciar una gran inversión de un centro de investigación de élite en microelectrónica de esa compañía en UK. Por último, surgen dudas sobre la política industrial china y cómo este país está creando “campeones nacionales” que asaltan los mercados globales: según el Wall Street Journal, el dominio tecnológico de Huawei se debe, en parte, a las importantes ayudas en I+D del gobierno chino, cuantificadas en 75.000 millones de dólares.
En estos momentos, el mundo se halla en estado de shock por la pandemia de la Covid-19. EEUU está sufriendo especialmente, por la laxitud de las políticas puestas en marcha para combatir la pandemia; y la extrema desigualdad del país, con débiles mecanismos de protección social. El mundo que surja de las cenizas de la Covid posiblemente tenga mirada oriental. Cuando Italia lanzó el primer S.O.S en marzo, los países europeos cerraron fronteras y embargaron su propio material sanitario, en un ejercicio de autoprotección. Sólo China socorrió a Italia, ocupando el rol que históricamente había correspondido a EEUU. El mundo post-Covid posiblemente dibuje una nueva frontera, un telón de acero digital entre dos bloques antagónicos: EEUU y China. No está claro que en el futuro inmediato la ciencia siga siendo abierta. ¿Un “paper” en 5G, inteligencia artificial o semiconductores publicado en Harvard o MIT podrá ser visto por ojos chinos? ¿Y vicerversa? Quizá el escenario post-Covid será el de dos economías digitales antagónicas, dos internets impermeables, dos clouds, dos 5Gs y dos sistemas científicos cerrados, como durante la Guerra Fría. La gran pregunta es, ¿dónde estará Europa en este escenario?
Artículo publicado originalmente en ESADE Do Better