Hay cuatro tipos de innovación básicos, representados por cuatro colores. Nuestra estructura empresarial es muy buena en innovación “roja” (de bajo retorno y baja complejidad). Es innovación incremental. Simple mejora continua. Se trata de competir en mercados saturados (océanos “rojos” de la sangre de los rivales). Sobrevivir “haciendo más con menos”. Es innovación necesaria, pero insuficiente en el medio plazo. Según el añorado Clayton Christensen, substituir un producto por una nueva versión renovada, o automatizar una línea productiva no genera crecimiento económico agregado. Hacer más con menos a menudo significa expulsar fuerza de trabajo y deprimir la demanda. Japón estaría en estagnación, en parte, por un modelo de innovación roja orientada al incrementalismo.
El segundo tipo es la innovación “dorada” (de retornos rápidos y elevados, y baja complejidad). Es innovación “de oro”, muy interesante para el sistema financiero. Innovación guiada por las oportunidades de mercado, que parte de ideas ingeniosas, a menudo simples, sencillas de experimentar y fácilmente escalables. Airbnb, Tripadvisor, Uber, Youtube, Whatsapp, Ikea, o McDonalds entrarían en esta categoría. Innovación en modelos de negocio, hoy complementada por la digitalización y el e-commerce. Zona startup, dominio del capital riesgo en busca de su unicornio (empresas valoradas en más de 1000 M€), repleta de nómadas digitales y vibrantes emprendedores. En la zona dorada nadan también los tiburones financieros en busca de su «pelotazo» particular
La Covid nos ha dejado algunas lecciones: ¿debemos sentarnos a esperar que un fondo de capital riesgo o un emprendedor encuentre espontáneamente una vacuna? Obviamente no: hay otros tipos de innovación estratégica y transformadora que, por su nivel de riesgo y complejidad, debe ser acelerada por las administraciones, en aras de la seguridad y la prosperidad colectiva. Para ello necesitamos impulsar las fronteras del conocimiento humano. Aparece un tercer tipo de innovación, la innovación “blanca”, la nacida en laboratorio, la dirigida por la ciencia: una innovación altruista, de alta complejidad que no espera un retorno económico inmediato, pero que es imprescindible para el progreso humano a largo plazo. Necesitamos investigación en bioquímica, física teórica, matemáticas fundamentales, o ciencia de los materiales, entre otras. Debemos entender las leyes de la naturaleza para resolver problemas de ingeniería, medioambiente o medicina. La innovación blanca no es cosa de post-its, ni el resultado de generosas inversiones de empresarios filantrópicos: es la consecuencia de largas y pacientes inversiones públicas en investigación. La ciencia crea la base imprescindible para un cuarto tipo de innovación, la innovación azul, la más interesante y estratégica, económica y socialmente, aquélla que genera realmente crecimiento y empleo de calidad. Innovación de alta complejidad, que da lugar a productos, servicios e industrias enteras con elevados retornos económicos y sociales. Es la innovación que se origina por la introducción en el mercado de nuevas tecnologías, sin demanda previa del mismo, creando “océanos azules” libres de competidores, sirviendo a nuevos e inéditos grupos de usuarios. Internet, las comunicaciones móviles, las energías limpias, la inteligencia artificial, la biotecnología o los semiconductores son tecnologías creadoras de grandes campos de riqueza en innovación azul. Ese tipo de innovación es el que genera prosperidad, empleo, crecimiento económico, y ventajas competitivas sostenibles.
Somos muy buenos en innovación roja (nuestras empresas están imbuidas en la cultura de la excelencia, y nuestros empresarios son extremadamente eficientes). Disponemos de incipientes y reconocidos clústeres de innovación dorada (estamos creando un importante referente emprendedor, y somos capaces de atraer inversiones crecientes en capital riesgo). Despuntamos en innovación blanca (nuestras universidades y centros de investigación generan extraordinarios científicos). Pero el campo de batalla está en la innovación azul. En la disrupción tecnológica acelerada, y en la agregación de recursos de investigación orientada en sectores estratégicos. Y hacemos muy poca innovación azul: el capital privado prefiere quedarse en la zona roja o dorada, mientras que los fondos públicos van a innovación blanca, altruista, aséptica y pura. La innovación azul no tiene quien le escriba. Si embargo, la combinación de alta tecnología y desarrollo de negocio es imbatible en el largo plazo. Las empresas que compiten en el dominio tecnológico no han sufrido la pandemia. Apple se ha revalorizado un 126% en los últimos 12 meses. Microsoft, un 55%. Amazon, un 78%. Google, un 29%. Taiwan Semiconductors, un 93,9%. Tesla, un estratosférico 651%. Nvidia (empresa fabricante de chips electrónicos), un 208%.
Hemos llegado a un punto de no retorno: la tecnología es el driver definitivo de la economía tras la Covid. Será el activo fundamental en la valoración y el futuro de las empresas. En este escenario, Europa es un continente enano ante los dinosaurios americanos o chinos. Apple vale ya el doble que todo el IBEX, y más que el CAC entero (40 principales empresas francesas). Microsoft tiene un valor financiero similar al PIB español. Amazon supera el valor de todo el DAX alemán (el índice bursátil de las 30 principales empresas germanas: Daimler, Allianz, Bayer, Basf, Deutsche Bank, Siemens, y Volkswagen…). Alibaba sobrepasa el PIB belga. Hay prisas en Europa. Toda empresa europea es insignificante ante los gigantes tecnológicos dominantes. Francia o Alemania son minúsculas en el nuevo escenario de competición industrial entre EEUU y China. El plan de reconstrucción “Next Generation UE” es una excelente noticia, pero no es un ejercicio de generosidad, sino de supervivencia. Ningún país europeo tiene potencia ni mercado para afrontar las inversiones masivas en innovación azul de EEUU o China. Europa debe construir océanos azules propios en 5G, inteligencia artificial, renovables, semiconductores y ciberseguridad al nivel de China o EEUU. En cinco años, Europa debería ser un continente azul y cohesionado, recuperando 8 décadas de somnolencia e ingenuidad.
Cuando nacen los sueños…
¡Educación!
Quienes liderarán nuestra sociedad…o «la sociedad» siguen «aprendiendo» a aparentar ser buenos escucharles, a ser dóciles, a no disruptir, a repetir….
Debemos empujarles a pensar, a ser criticos, a ver el futuro que desearían, a colaborar, a disfrutar del aprendizaje…
Cuando nacen los sueños…
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