Se han publicado los datos estadísticos de I+D de la economía española correspondientes a 2022. La inversión en I+D se incrementó un 12% ese año, llegando a los 19.325 millones. No está mal, pero los sectores económicos de menor valor añadido también crecieron, así que esto nos mantiene en un raquítico 1,44% de I+D sobre PIB. Menos de la mitad de la I+D que deberíamos ejecutar si hubiéramos cumplido la Agenda 2020, a la cual nos comprometimos en la lejana cumbre de Lisboa del año 2000, cuando Europa se conjuró para “ser la economía más dinámica y competitiva del mundo basada en conocimiento”.
¿Se notan los efectos de los fondos de recuperación europeos? Teóricamente, más de 37.000 millones se han adjudicado ya, pero en 2022 solo afloran estadísticamente poco más de 2.000 en I+D. ¿Y el resto? Parece que no han llegado a la economía, o se han destinado a actividades no relacionadas con la I+D (donde eran más necesarios, y donde más se puede apalancar la productividad y la prosperidad futura).
No obstante, estas estadísticas presentan algunos destellos de esperanza, y requieren un análisis más preciso. Hay dos territorios donde la inversión en I+D se acelera: Catalunya, que incrementa en unos espectaculares 744 M€ su inversión (el 18’2%), y Madrid, con 591 M€ más (el 13%). Son datos significativos. Algo hace que despierte la I+D en los dos grandes motores económicos del país. En dos años, el esfuerzo en I+D de la economía catalana ha acumulado un aumento del 35,7%, y la de Madrid, del 28,5%. Esto situaría a los dos territorios cerca ya de la media de la UE. Quizá ahí sí que se note, en masa crítica y en velocidad de crecimiento, el efecto de los fondos europeos.
Los últimos datos de Eurostat (la oficina estadística europea) son coherentes con estas apreciaciones. Definitivamente, algo se mueve en I+D. No es un simple espejismo estadístico. El Regional Innovation Scoreboard (RIS) de la UE nos dejó también buenas noticias: Catalunya ascendió nada menos que 27 posiciones en el ránking que mide la capacidad innovadora de 240 regiones europeas. Madrid subió 20 posiciones, y Euskadi, 21. Algunas áreas del País Vasco (un territorio cuya estrategia tecnológica se ha basado desde hace décadas en el impulso a la I+D industrial y la cooperación público-privada) están empapadas en tecnología. Guipúzcoa alcanza el 2,75% de I+D/PIB, dato comparable a los mejores ecosistemas tecnológicos del Norte de Europa. En Barcelona, la concentración de centros de investigación, la eclosión de potentes clústeres como el biomédico (desbordando a la economía en forma de un torrente de startups científicas), los hubs emprendedores y una nueva política industrial fortalecida están empezando a dar sus frutos.
Hay evidencias esperanzadoras de que nuestra I+D se está despertando. Se está produciendo una intensificación tecnológica de forma consistente, perceptible estadísticamente en algunas zonas, y que, en general, alcanza al conjunto de las comunidades autónomas. Veamos: en dos años Navarra asciende 16 posiciones en Eurostat, y acumula un 12% de incremento en I+D. La Rioja, 2 posiciones, con un 27%. Aragón experimenta un muy notable crecimiento en I+D (+32%). Y atención al eje mediterráneo: la Comunidad Valenciana asciende 7 posiciones, y su I+D sube un 20% desde la pandemia. Murcia, 6 posiciones y un 13%. Andalucía, 5 posiciones, y su esfuerzo en I+D se incrementa un 16% en ese periodo. Con seguridad, el extraordinario ejercicio de liderazgo y cooperación en el ecosistema tecnológico de Málaga tiene ya su proyección estadística.
En conclusión, en dos años la economía española ha incrementado un 23% su inversión en I+D. Viejos líderes como Euskadi y Navarra se consolidan. Los grandes motores económicos de Madrid y Barcelona dan un salto importante. Comunidades tradicionalmente rezagadas empiezan a acumular inversiones y a ascender también en los ránkings. El comportamiento de la economía en 2022 enmascaró esta incipiente dinámica innovadora, pues el acusado crecimiento en paralelo de sectores low-cost diluye los indicadores de I+D. Pero está claro que algo se mueve.
Aun así, no podemos caer en la autocomplacencia. Pese a esos evidentes signos positivos, nuestra inversión en I+D sigue un 40% por debajo de la media de la UE, y a la cola de la OCDE. Ya nos superan Polonia, Grecia y Portugal. Recordemos que la I+D es un esfuerzo, mientras que la innovación es el resultado (la explotación con éxito de nuevas ideas y de nuevo conocimiento). Y ahí tenemos otro punto débil: hay que conseguir que más I+D se transforme en innovación real, desplazando urgentemente el centro de gravedad de esa I+D hacia el mundo empresarial, o corremos el peligro de que las ayudas europeas se ejecuten en organismos públicos, sin repercusión real en el sistema económico (quizá por eso nuestros indicadores de productividad languidecen). La proporción de inversión en I+D que desarrollan las empresas (56%) todavía es muy baja en relación a los países líderes
El Instituto Elcano ha publicado un informe con un título muy significativo, “Innovar o Morir”. Según el mismo, la UE se encuentra en una encrucijada histórica, y se enfrenta a tres retos que amenazan a su soberanía económica: la aceleración de la rivalidad estratégica entre China y EEUU, que se dirimirá en sectores de alta tecnología; la “degradación” digital de la UE (que carece de grandes empresas con posiciones dominantes en la industria digital), y los riesgos derivados de la ruptura de las cadenas de suministro globales. Innovar (aquí) o morir, esa es la cuestión; y para eso están los fondos europeos Next Generation. Si queremos sostener nuestro estado del bienestar, hay que hacer I+D, y asegurar que tenga impacto en la sociedad y en la economía. Grabémoslo a fuego: las inversiones de hoy son las pensiones de mañana. Algo se mueve en I+D, pero no es suficiente. Tenemos todavía el ingente reto de doblar nuestro esfuerzo para estar donde nos corresponde. Las estadísticas indican una incipiente tendencia positiva, pero hay que incrementarla y mantenerla de forma sostenida. Especialmente, cuando Bruselas deje de ser tan generosa.
Artículo publicado originalmente en La Vanguardia. Foto: Informe COTEC