Estamos inmersos en una gigantesca ola de destrucción creativa. El mundo que conocimos, en el que nacimos y crecimos, se está deconstruyendo para dar paso a una nueva realidad desconocida, en medio de profundísimas transformaciones tecnológicas, climáticas, demográficas y geopolíticas que van a tener un indudable impacto en nuestras vidas ¿Cómo puede ser que el sistema occidental, basado en la racionalidad científica, la innovación tecnológica, la libertad económica y la democracia política (con seguridad, el mejor de los posibles) esté fallando estrepitosamente? ¿Por qué ese modelo construido sobre los principios de la Ilustración genera tanta desigualdad, conflicto y frustración, en lugar de productividad y prosperidad extendidas? Hay que revisar urgentemente nuestros sistemas de creación y distribución de valor. Hoy, todo está en cuestión. The Economist se preguntaba hace pocos días en el artículo “Las universidades no están logrando impulsar el crecimiento económico” por qué en un momento de eclosión de la investigación científica y la educación superior, la productividad de la economía es tan débil. ¿Nos hemos equivocado en una división implícita del trabajo, según la cual las universidades deben investigar, y las empresas explotar después -si pueden y saben- esas investigaciones? Las grandes economías están cambiando de modelo, centrando su músculo financiero en el refuerzo de los laboratorios corporativos de I+D, desplazando el centro de gravedad de la investigación hacia la estructura económica. Según el World Bank, el mundo ya destina un 2’7% de su PIB en inversión en I+D, un indicador que se ha disparado casi exponencialmente en los últimos años. El mundo definitivamente no es plano, como imaginó Thomas Friedman en la época triunfante de la globalización, sino que se estira como un chicle entre unas pocas grandes economías cada vez más intensivas en I+D y que generan una parte sustancial del PIB mundial (con EEUU y China a la cabeza) y el resto, que van quedando descolgadas. Países ricos generadores de tecnología, y países pobres consumidores, dependientes de los primeros.
Europa despierta de su limbo, con creciente sentido de urgencia. Enrico Letta, antiguo primer ministro italiano, propugna en un reciente informe la necesidad de integrar los mercados de capitales para evitar que los ahorros de los europeos escapen en masa y vayan a financiar la atractiva industria americana. Mario Draghi, en un encuentro de alto nivel del Pilar Europeo para los Derechos Sociales el pasado 16 de abril en Bruselas, impartió una conferencia con el sugerente título “Cambio radical es lo que necesitamos”. Draghi, también ex primer ministro de Italia y ex presidente del Banco Central Europeo, tuvo ya una intervención decisiva en la historia reciente europea durante la crisis financiera de 2008, cuando, en una inédita exhibición de liderazgo, manifestó que haría “lo que fuera necesario” para salvar el euro. Con ello inyectó la confianza decisiva para los mercados en un momento crítico de las finanzas continentales. Necesitamos figuras y mensajes de referencia. Ahora, Draghi nos avisa del cambio radical imprescindible en nuestra política económica si queremos mantener Europa como el espacio de democracia, paz y libertad que ha sido durante los últimos 70 años. Para Draghi, la estrategia competitiva europea está desfasada, y lleva a la destrucción de nuestro modelo social. “Hemos mirado hacia adentro, viéndonos entre nosotros como competidores incluso en sectores como defensa o energía, donde compartimos intereses”. Según él, el mundo ha dejado de ser un campo nivelado donde todos juegan con las mismas reglas. Al contrario, algunas regiones están realizando agresivas políticas para atraer inversiones y, en el peor de los casos, “para hacernos permanentemente dependientes de ellos”. Draghi explica cómo China se propone, sin ambigüedad, controlar todas las cadenas de suministro estratégicas, asegurando su acceso a recursos críticos; y cómo EEUU aplica política industrial a gran escala para reindustrializar el país, rompiendo sus viejas complicidades con Europa y desafiando las reglas del comercio internacional. En otras zonas del mundo, la industria no solo soporta costes energéticos menores, sino que sufre un entorno regulatorio más laxo que el europeo, y recibe ayudas masivas. Estamos solos. Competimos con las manos atadas a la espalda, y las mantiene atadas nuestra ingenuidad. Draghi añade que tres amenazas ponen en peligro la continuidad del proyecto europeo: la falta de escala debida a la fragmentación y descoordinación interna, la debilidad en la creación de bienes públicos comunes (infraestructuras energéticas, de seguridad, o redes científicas), y el acceso limitado a recursos críticos (como minerales o materias primas). Se lamenta de la inexistencia de una estrategia contundente, consistente y cohesionada para hacer frente a esos desafíos. Los estilos de liderazgo y los procesos de toma de decisión europea están “diseñados para el mundo del ayer, pre-Covid, pre-Ucrania y pre-conflicto en Oriente Medio”. Europa necesita una transformación radical, concluye Draghi, un “nuevo partenariado o redefinición de la Unión no menos ambicioso que lo que hicieron los Padres Fundadores hace 70 años con la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero”. Un reto tan complejo y urgente como motivador. Todo ello significa cambiar la secular mentalidad de austeridad, y prudencia; y desarrollar un nuevo liderazgo expansivo y desacomplejado orientado a reforzar la I+D propia y a consolidar industrias e inversiones estratégicas como garantía de nuestra prosperidad. Quizá necesitamos un supra-estado europeo, un gran estado emprendedor que permita al viejo continente competir a la misma escala que EEUU o China, genere una gran plataforma competitiva con mercados integrados y homogéneos y provea a los europeos de los bienes públicos necesarios (desde redes científicas a infraestructuras digitales, físicas y energéticas) que aseguren la continuidad del gran proyecto europeo y el bienestar de sus ciudadanos. Macron afirma, nada más y nada menos que «Europa puede morir». El consuelo es que despuntan algunos incipientes liderazgos, y que cambia rápidamente la percepción de seguridad y estabilidad de los europeos. Empezamos a sentir un estado de alerta, y un sentido de urgencia. Europa está despertando. Pero hay que correr.
Artículo publicado originalmente en La Vanguardia. Fotografía: Unión Europea, 2022.