Un blog para los apasionados de la Innovación 6.0

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El mundo no es plano

En 2005, el politólogo Thomas Friedman escribió “El Mundo es Plano”, best-seller que profetizaba cómo la caída del muro de Berlín, internet, y la deslocalización de la producción abrirían un escenario de homogeneización global. Internet nos aplanaría. Todos tendríamos acceso a la misma información. Se iba a producir una rápida convergencia hacia un modelo de organización único: la democracia liberal y el capitalismo de mercado. Henry Chesbrough, en su obra coetánea “Innovación Abierta” (2003) lo corroboraba desde la perspectiva de la innovación: los centros de I+D occidentales trabajarían en red con empresas de todo el planeta. Los clústeres locales dejarían de importar. ¿Dónde se iban a localizar las actividades productivas? Las matemáticas siempre respondían en términos de ventaja comparativa: las industrias se irían a Asia. Los servicios de valor y la I+D se quedarían en Europa y EEUU. Asia se iba a industrializar, pero nosotros seguiríamos reinando. Todos saldríamos ganando.

Tres lustros después, el escenario no es ese. El mundo está fracturado. Las cadenas de suministro se han roto. Las fronteras, los intereses nacionales, la naturaleza (la Covid) y la geografía las han desencajado. La vieja globalización, guiada por la externalización de costes, ha mutado en una nueva globalización guiada por la reconcentración de actividades productivas, desde plantas de semiconductores a fábricas de baterías eléctricas. Si fabricáramos cartón, deberíamos hacerlo cerca de los mercados finales (pues el coste del transporte repercute seriamente en el coste del producto). Pero si fabricamos microchips, es más eficiente hacerlo de forma centralizada y exportarlos a todo el mundo. Llenar un avión de chips tiene una alta densidad de valor logístico: el vuelo no repercute sobre el precio. Por eso, los chips se fabrican en gigafactorías. La ubicación de las mismas determinará la nueva geografía de la prosperidad, que no será en absoluto plana: habrá ganadores y perdedores. Hay una feroz competición territorial por atraer esas factorías.

La vieja globalización no aplanó el mundo: creó algunos ricos aquí, grandes clases medias allá, y muchos pobres aquí. Centrifugamos nuestro bienestar cuando dejamos escapar nuestra industria. Las antaño míseras cadenas de suministro asiáticas, intensivas en mano de obra de bajo coste, han evolucionado hacia el silicio de 2 nanometros, superando a Europa o EEUU. Las ecuaciones del mercado no anticiparon la disciplina asiática. Ahora hay una superposición inesperada de factores: los paquetes de estímulos (más de 5 billones de dólares en EEUU) y el despertar post-pandemia incrementan la demanda de consumo. Dependemos de Asia, pero la Covid sigue jugueteando con nuestro destino, cerrando y abriendo puertos y factorías internacionales. Además, se da un “efecto látigo” global en las cadenas de suministro: quien necesita 100 componentes pide a su proveedor 200, para asegurar stocks. Y éste lanza pedidos por 400. El miedo a la escasez amplifica la onda. Del just-in-time se pasa al just-in-case. Todo ello se traduce en incremento de precios (inflación).

Sin embargo, puede ser un espejismo: las corrientes de fondo son intensamente deflacionarias. Cuando una empresa genera una disrupción en un sector (cada vez más a menudo), todo el sector entra en obsolescencia y en deflación de precios. La robotización es deflacionaria: reduce costes y debilita la demanda (al expulsar personas del mercado de trabajo). La tecnología de gran consumo crea deflación: un iPhone de hace un año vale hoy un 20% menos. Las plataformas tecnológicas como Amazon también son deflacionarias: intermedian y fuerzan precios a la baja, aunque ellas siempre ganan. Las 6 mayores compañías tecnológicas valen ya dos veces el PIB de Japón (la 3ª economía mundial). El valor de Tesla roza el PIB español.

En otro frente, el planeta se resquebraja energéticamente. Se han cerrado centrales térmicas y nucleares, y se ha desinvertido en tecnologías petrolíferas antes de que las renovables estén listas para una substitución a gran escala. Hay que arrancar millones de motores y calefacciones. Y, aunque las nuevas tecnologías energéticas también son deflacionarias (el precio por watt solar era de 100 $ en 1975 y hoy es de 0,1 $), la escasez incrementa el precio de la energía.

La geografía y el clima imponen sus reglas: el Norte de África, la zona con mayor insolación del mundo, puede convertirse en una gran pila de combustible, según Enric Juliana. Afganistán, en medio de la nada, vuelve a la Edad Media. África bombea masas migratorias. China, protegida por el Himalaya y el Gobi en el Oeste, mira con ambición hacia el Pacífico, epicentro de la Segunda Guerra Fría. El renacer chino divide el mundo en dos grandes sistemas económicos y tecnológicos. Si hay un acontecimiento disruptivo en la economía global, éste es el encaje de China en la misma. En los últimos 25 años, 3.000 millones de nuevos consumidores se han sumado a la demanda global, casi la mitad en China. En ese periodo, el ritmo de urbanización fue equivalente a la construcción de siete orbes como Chicago cada año. Entre 2011 y 2015, allí se consumió más cemento que en EEUU durante todo el siglo XX. Una inmensa burbuja inmobiliaria yace hoy bajo la crisis de Evergrande, empresa que acumula 300.000 millones de deuda.

Y, finalmente, nos fragmenta la tecnología: hay un desacoplamiento inédito entre productividad y salarios. Un americano medio gana hoy aproximadamente como en 1975. La inmensa riqueza creada durante cinco décadas de cambio tecnológico no se está distribuyendo correctamente. Ricos muy ricos y pobres aun trabajando. La desigualdad da paso al populismo y al ultranacionalismo, azuzados por las redes sociales, grandes agentes de fragmentación. En Twitter o Facebook consumimos contenidos selectivos, que refuerzan nuestros valores y creencias, alejándonos cada vez más de aquellos que no piensan como nosotros. Thomas Friedman estaba equivocado: el mundo no es plano. Paradójicamente, el mundo conectado ha traído un nivel de polarización, desigualdad y fragmentación jamás visto antes.

 

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